sábado, 7 de abril de 2012

El ordo exequiarum

Al analizar la disposición de los restos hallados en la Chapelle-aux-Saints (Francia), en 1908, los arqueólogos concluyeron que, por la postura del cadáver y su ubicación en una fosa, los hombres de Neandertal fueron los primeros humanos que enterraron intencionadamente a sus muertos; eso significa que, hace unos 60.000 años, aquel enterramiento se llevó a cabo siguiendo un rito individual, lo que supone que la muerte ya se concebía por aquel entonces con alguna noción de trascendencia. Desde entonces, todas las culturas del mundo han observado ciertos ritos funerarios, de paso o de tránsito entre la vida y la muerte.

El catecismo de la Iglesia Católica señala que los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal, que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo. Por ese motivo, el Código de Derecho Canónico regula el rito con el que la Iglesia obtiene para los difuntos la ayuda espiritual y honra sus cuerpos, y a la vez proporciona a los vivos el consuelo de la esperanza; señalando en el canon 1176 que los fieles difuntos han de tener exequias eclesiásticas conforme al derecho y que éstas se han de celebrar según las leyes litúrgicas.

El Ordo exequiarum –el ritual de los funerales en la liturgia romana– propone tres tipos de celebración de las exequias, correspondientes a tres lugares de su desarrollo: la casa, la iglesia y el cementerio (canon 1686); su desarrollo es común a todas las tradiciones litúrgicas y comprende cuatro momentos principales: 1) La acogida de la comunidad (1687): Tras el saludo de fe que abre la celebración, los familiares del difunto son acogidos con una palabra de “consolación” (la fuerza del Espíritu Santo en la esperanza) y la comunidad orante que se reúne espera “las palabras de vida eterna”. 2) La Liturgia de la Palabra (1688) debe iluminar el misterio de la muerte cristiana a la luz de Cristo resucitado. 3) El Sacrificio eucarístico (1689), durante la Eucaristía, es cuando la Iglesia expresa su comunión eficaz con el difunto: ofreciendo al Padre, en el Espíritu Santo, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo, pide que su hijo sea purificado de sus pecados y de sus consecuencias y que sea admitido a la plenitud pascual de la mesa del Reino; y, finalmente, 4) El adiós (1690) al difunto con el que la comunidad cristiana despide a uno de sus miembros antes de que su cuerpo sea llevado al sepulcro.

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