
En un
in albis anterior ya tuvimos ocasión de hablar sobre qué era el
lunfardo, la jerga que crearon los delincuentes del Río de la Plata –en
Argentina y
Uruguay a mediados del siglo XIX– para que la policía no les entendiera cuando hablaban entre ellos; argot que, con el tiempo, acabó dando lugar al llamado dialecto de los ladrones. Una de las palabras que formaba parte de aquel curioso vocabulario era el
escrache; un término de origen incierto que, de un tiempo a esta parte, se ha vuelto a poner de actualidad por una polémica práctica relacionada con los desahucios –al
interpelar a los representantes de los ciudadanos en los portales de sus viviendas, según la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH)– de forma que se ha venido a retomar
una de las actividades que popularizó la asociación argentina HIJOS (acrónimo de
Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio)
a partir de 1995, para repudiar la presencia de
genocidas que estaban libres, porque
algunos han sido perdonados por los gobiernos y otros nunca fueron procesados, como lo describió la periodista
Paula Mónaco en el libro
Justicia Penal Internacional [México: Universidad Iberoamericana, 2001, pp. 45 y ss.].
.
Puede que este tipo de manifestación popular que se atribuye la prerrogativa de dictar una pena infamante contra alguien tuviera cierto sentido en otros contextos históricos –como era la Argentina durante los primeros años posteriores a las dictaduras militares– cuando no existía un poder judicial independiente ni un sistema que garantizase el ejercicio de los Derechos Fundamentales; pero, hoy en día, afortunadamente, nuestra sociedad democrática dispone de mecanismos judiciales efectivos y adecuados para resolver los conflictos sin que nadie tenga que persuadir a los demás con un comportamiento tan cercano al linchamiento.
ResponderEliminar