lunes, 17 de junio de 2013

Billy el Niño: un forajido de novela

Lejos de la visión idealizada que nos ha dejado el cine, aquel forajido que tenía nervios fríos y la ausencia completa de miedo de los que han aceptado de antemano la muerte fue, según los expertos que lo estudiaron, un tipo inclasificable, linfático, con ojos de comadreja, pecho hundido, hombros caídos y aspecto repulsivo, con una clara apariencia externa de cretino que cometió su primer asesinato con tan sólo 13 años y que, a los 21 –cuando murió en el famoso duelo con el sheriff Pat Garrett– ya había matado a 27 personas sin contar a los indios como se decía, despectivamente, en el siglo XIX. William H. Bonney nació el 23 de noviembre de 1859 en Nueva York en tiempos en que los tranvías arrastrados por caballos eran una novedad. Siendo niño, emigró con su hermano y su familia a Kansas y Colorado pero, al poco tiempo, su padre murió de pulmonía y Kathleen, su madre, se volvió a casar con un buen hombre llamado Antrim que los llevó a buscar fortuna a Nuevo México. Allí se crió el adolescente en las peores tabernas de la frontera, entre ladrones y proscritos del territorio neomexicano que, por aquel entonces, era una tierra donde el rifle imponía su ley. Recordemos que en 1846, el general Kearney ocupó a la fuerza esta parte de norte de la República de México hasta que se reconoció la soberanía de Estados Unidos en 1848 con el Tratado de Guadalupe-Hidalgo; aun así, este territorio –uno de los que tienen más personalidad del país– no se convirtió en Estado hasta 1912.

La carrera criminal de aquel joven adolescente se caracterizó por sus continuos actos de violencia, sin motivo aparente, que lo convirtieron, a los ojos del público, en una suerte de nuevo Robin Hood y en personaje habitual de novelas, baladas y crónicas de la prensa de aquel entonces. Capturado en 1880 fue condenado a la horca pero logró escapar de la cárcel matando a dos alguaciles. El sheriff Garrett lo encontró el 14 de julio de 1881 en el Rancho Maxwell y logró abatirlo con un disparo de su colt. Había matado al criminal pero había nacido un mito que, a mediados del siglo XX, ya se había convertido en un auténtico héroe mestizo por sus orígenes –el East Side de Nueva York– y su vida, criado entre cuatreros neomexicanos, con los que se defendía en un correcto castellano mientras robaba caballos, jugaba al monte con las cartas y mataba apaches.

El escritor aragonés Ramón J. Sender descubrió a este personaje durante su estancia en Nuevo México –donde trabajó casi 20 años como profesor de literatura española– cuando le enseñaron el supuesto cráneo del forajido en varias aldeas creyendo en todas ellas poseer el verdadero y genuino. Aquel ladrón y asesino se convirtió en el protagonista de El bandido adolescente (1965), una magnífica novela en la que Sender puso en boca del protagonista que matar a un hombre no es ofenderlo. La muerte la lleva todo el mundo en la sangre desde que nace. Lo único que hacemos es adelantarle la fecha a nuestro enemigo para impedir que él haga lo mismo. (...) Es la vida la que nos mata a todos y adelantar la fecha o atrasarla no quiere decir gran cosa. Con un estilo muy cercano al periodismo, el autor nos va narrando la vida de aquel joven pistolero que tenía mejillas como las de una niña desde el momento en que inició su carrera criminal en Silver City, matando con un cortaplumas al hombre que piropeó a su madre, hasta su muerte a manos del sheriff Garrett: La bala le dio al Kid en el pecho, encima del corazón, cortándole la aorta. Billy cayó al suelo y se le oyó respirar y toser (...) luego el silencio para siempre.

NB: En 1933, Sender se desplazó a la aldea gaditana de Casas Viejas, perteneciente al municipio de Medina Sidonia, para escribir una serie de artículos, en el periódico La Libertad, sobre la represión que llevó a cabo la Guardia de Asalto de la II República Española contra los jornaleros la noche del 10 al 11 de enero de aquel año, causando la muerte de entre 22 y 26 personas, según las fuentes que se consulten; un dramático suceso que, a la larga, puso fin al Gobierno de Manuel Azaña. El autor recopiló aquellas crónicas en el libro Casas Viejas que ofrece un significativo punto de vista sobre una de las páginas más oscuras de nuestra historia contemporánea. 

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