Solón –en el siglo VI a.C.– basó toda su legislación en la solidaridad de los ciudadanos; de forma que cualquiera que fuese testigo de una agresión estaba obligado a dar parte a los tribunales; asimismo, eliminó la esclavitud por deudas y organizó al pueblo en cuatro grupos sociales –en función de sus riquezas– equiparando a la antigua aristocracia con la emergente clase de los ricos comerciantes y estableciendo sus derechos y obligaciones de acuerdo con su estatus social. A pesar de todo, el descontento social siguió en aumento y el arconte acabó abandonando su cargo para viajar por Oriente Próximo. Durante el tiempo que permaneció lejos de Atenas, los ciudadanos se organizaron en tres grandes partidos: gentes de la costa (burguesía dedicada al comercio), de la llanura (los biennacidos o eupátridas, miembros de la aristocracia) y los de la montaña (campesinos y obreros). El líder de estos últimos, Pisístrato –pariente lejano de Solón y un hábil político, con mucho carisma– supo convencer a los atenienses de que ellos deseaban lo que él quería y acabó convirtiendo su cargo de arconte de la República en el de tirano.
Aunque fue derrocado en dos ocasiones por los partidos llanero y costero, supo granjearse de nuevo el aprecio del pueblo y regresó al poder por tercera vez en el 546 a.C.. Durante su Gobierno, apenas reformó la legislación de Solón, aceptó el gobierno de los arcontes que designaba el Aerópago, embelleció la acrópolis, introdujo reformas en el sistema agrario y creó nuevos astilleros que acabaron convirtiendo a Atenas –hasta ese momento, una pobre ciudad de la que se decía que sólo tenía bueno el aire– en la capital de todos los griegos.
A partir de Cimón –aproximadamente, en el año 460 a.C.– los arcontes empezaron a ser elegidos por sorteo pero la institución ya no volvió a recobrar su antiguo esplendor; desde aquel momento, el título pasó a ser utilizado por los administradores de la iglesia griega, el jefe del Sanedrín judío e incluso, por una secta de herejes: los arcónticos.
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