En el siglo VI a.C., tras la conquista de Babilonia, el rey de los medas y los persas, Ciro el Grande, permitió la libertad de cultos a todos sus súbditos. Una tolerancia insólita –teniendo en cuenta la época– que se plasmó en la aprobación de un edicto tallado en un cilindro que, hoy en día, todavía se conserva en el Museo Británico de Londres. Como consecuencia de aquella decisión del soberano, muchos judíos que vivían en ciudades de toda la región de Mesopotamia decidieron regresar a Judea que, entonces, se encontraba administrada por la vecina Samaria. En el Antiguo Testamento, el capítulo 1 del Libro de Esdras (a veces Ezra), sacerdote de la tribu de Leví y escriba, narra estos acontecimientos del siguiente modo: Ciro, rey de Persia, (…) mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: «Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, ha puesto en mis manos todos los reinos de la tierra, y me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, que su Dios lo acompañe y suba a Jerusalén, de Judá, para reconstruir la Casa del Señor, el Dios de Israel, el Dios que está en Jerusalén. Que la población de cada lugar ayude a todos los que queden de ese pueblo, en cualquier parte donde residan, proporcionándoles plata, oro, bienes y ganado, como así también otras ofrendas voluntarias para la Casa del Dios que está en Jerusalén».ntonces los jefes de familia de Judá y de Benjamín, los sacerdotes y los levitas, y todos los que se sintieron movidos por Dios, se pusieron en camino para ir a reconstruir la Casa del Señor que está en Jerusalén.
Como Esdras se había dedicado de todo corazón a investigar la Ley del Señor, a practicarla, y a enseñar en Israel sus preceptos y sus normas (Esd. 7-10), en el siguiente libro, del gobernador Nehemías, se cuenta que: El sacerdote Esdras trajo la Ley ante la Asamblea, compuesta por los hombres, las mujeres y por todos los que podían entender lo que se leía (…). Desde el alba hasta promediar el día, leyó el libro en la plaza que está ante la puerta del Agua (..). Y todo el pueblo seguía con atención la lectura del libro de la Ley (Ne. 8, 2-3).
Aquel fue el origen de la Gran Asamblea –o Knéset Haguedolá, en hebreo– fundada por Esdras en el siglo V a. C. al regresar del exilio babilónico y que, (…) según el Talmud, consistía en 120 eminentes estudiosos que eran cuidadosos en el juicio y protegían la ley [1]. Entre los nombres propios que asistieron a las reuniones de la máxima autoridad del pueblo judío, durante el período del Segundo Templo, encontramos a Nehemías, Daniel, Zacarías o Malaquías.
Con ese precedente histórico, cuando el Estado de Israel proclamó su independencia el 14 de mayo de 1948 y celebró sus primeras elecciones generales, el 25 de enero de 1949, rindió homenaje a la asamblea bíblica y también denominó Knéset –Asamblea, en hebreo– a su órgano legislativo; un parlamento unicameral integrado, como aquella, por 120 diputados.
La actual sede -ubicada en Jerusalén- se inauguró en 1966 y fue financiada por un legado del filántropo británico James Armand de Rothschild (1878–1957) que, poco antes de su muerte, escribió al que entonces era el Primer Ministro israelí, David Ben-Gurión (1886–1973), para informarle de cuál era su última voluntad.
Cita: [1] CHASE, R. S. Guía de estudio del Antiguo Testamento, parte 3. Washington: PPP, 2016, p. 376.
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