miércoles, 1 de diciembre de 2021

«El contagio del asesinato», de Paul Aubry

En cierto modo, la obra del doctor francés Paul Aubry (1858-1899) quedó eclipsada por la de otros grandes autores coetáneos de su país como el médico Alexandre Lacassagne (1843-1924) –al que ya nos referimos al analizar el célebre Caso Gouffé–; su discípulo, el policía y criminalista Edmond Locard (1877-1966), que pasó a la historia por formular el principio de intercambio (Todo contacto deja su rastro); o el sociólogo Gabriel Tarde (1843-1904) y sus leyes de la imitación. En ese contexto, suele incluirse a Aubry en la Escuela de Lyon, también conocida como Escuela Antroposocial, Escuela Criminal Sociológica o Escuela del Medio (milieu); denominación que responde a un doble juego de palabras por situarse en medio, entre clásicos y positivistas, y prestar especial atención al medio social (el entorno que actuaba como caldo de cultivo donde el delincuente desarrollaba su conducta criminal).

Según el profesor García-Pablos de Molina, esta escuela francesa integrada fundamentalmente por médicos –no juristas, ni sociólogos– significó la más abierta contradicción a la tesis de la Scuola Positiva, y, en particular, a la directriz antropológica lombrosiana. (…). Frente a la relevancia capital que el (...) positivismo atribuía a ciertos factores individuales, supuestamente congénitos, de transmisión hereditaria, y atávicos, la Escuela Francesa pone el acento en el “medio social” o “entorno” (…) El ideario de la denominada Escuela de Lyon se dio a conocer por Lacassagne con motivo del Congreso Internacional de Antropología Criminal celebrado en Roma, en 1885; y su órgano difusor fue la revista “Archives de l’Antropologie criminelle et des sciencies penales”, fundada por Lacassagne y Tarde en 1886, que se publicará bajo diversas cabeceras (…). La tesis fundamental de la Escuela de Lyon, se resume en un pensamiento muy simple: el criminal es, como el microbio o el virus, algo inocuo, hasta que encuentra el adecuado caldo de cultivo que le hace germinar y reproducirse; función esta última que desempeña el medio social respecto a la predisposición criminal individual latente en ciertos sujetos [1].

En ese mismo sentido, el profesor Rodríguez Manzanera también ha considerado que esta escuela francesa –la gran opositora de la escuela italiana– dio una importancia fundamental a los factores sociales, sin los que el crimen no puede presentarse [2].

Centrándonos en la figura de Paul Aubry, apenas han trascendido datos biográficos suyos más allá de que este médico nació en la localidad de Saint Brieuc (Bretaña) el 22 de abril de 1858 y que falleció el 30 de octubre de 1899, en su misma localidad natal. En las últimas décadas de su vida, divulgó el resultado de sus investigaciones en diversas revistas –la "Revue internationale des sciences médicales", la "Revue d'hygiène", le "Progrès médical" y "Les annales d'hygiène"–; asesoró al Ministerio de Educación como responsable de una misión que recorrió Grecia, Turquía, Egipto y Rusia (1886-1887) y, continuando la idea de Lacassagne de que el delincuente era como un microbio, un elemento que carece de importancia hasta el día que encuentra el liquido que le hace fermentar [2], defendió su tesis doctoral en la Facultad de Medicina de París, el 15 de diciembre de 1887, dirigida por su decado, el Dr. Paul Brouardel (1837-1906), sobre La contagion du meurtre: étude d'anthropologie criminelle [El contagio del asesinato: estudio de antropología criminal] que publicó en la capital del Sena, en 1888, en una primera edición que incluía numerosos ejemplos de crímenes ocurridos en aquella época en Francia, como luego veremos.

El médico bretón observó que. en una epidemia, ciertos miembros de una misma familia enferman, otros mueren, y otros quedan intactos, a pesar de estar en contacto con los enfermos. ¿Por qué?, se pregunta Aubry, para responder: "Es que en ellos el elemento virulento no ha encontrado terreno preparado para desarrollarse y germinar; en los otros, por el contrario, el terreno de cultura era de los más favorables, los gérmenes se han multiplicado y producido desórdenes más o menos graves. Cuando se trata de un contagio moral, del contagio del delito, ¿pasarán las cosas de otro modo? No, indudablemente. Encontraremos el mismo proceso, con la única diferencia de que sólo podremos analizar los elementos nocivos, en vez de examinarlos con el microscopio o cultivarlos en gelatina” [2].

Para Aubry, el contagio es el acto por el cual determinada enfermedad se comunica de un individuo afectado, á otro que; está sano, por medio de un contacto inmediato ó mediato (…). Diremos, pues, que el "contagio del asesinato” es el acto por el cual la idea de asesinar se impone ó se trasmite á un individuo, las más veces predispuesto", por los medios que vamos á determinar [3]. En su opinión: (…) la idea homicida, que emane de un individuo (…) obra de una manera absolutamente comparable á la del microbio arrojado en un buen caldo de cultura: la idea germinará, crecerá, madurará y en un momento dado secretará tóxicos que harán de un cerebro normal un cerebro criminal. En cuanto a los medios que actuaban como caldo de cultivo, Aubry señala cuatro grandes factores: la familia, la prisión, el espectáculo de las ejecuciones y la lectura [3].

Por último, resulta sorprendente que algunos pasajes de aquel libro de finales del siglo XIX se encuentren hoy en día de plena actualidad, como por ejemplo el capítulo VIII de la primera parte que dedica a la violacion cometida por una reunión de individuos (lo que recuerda a las agresiones sexuales llevadas a cabo por “una manada”). Como en el resto del contenido, ilustra el supuesto con casos reales; en esta ocasión, por ejemplo, la violación de la joven MacGlan por unos quince bribones de diez y ocho á veinticinco años. (…) mujer que acaba de ser violada, por ese arrebato de las multitudes, por esos instintos bajos que despiertan por diversas influencias. (…) uno de ellos comienza a atormentar á la desgraciada, y los demás le seguirán, le animarán, le ayudarán, y se encarnizarán, cuanto más débil sea esa víctima, ofrezca menos resistencia, y quede más abatida por los ultrajes que sé le causen [3].

Y lo mismo puede afirmarse del capítulo I de la segunda parte, sobre los asesinatos cometidos con vitriolo (el “vitriolage” es el atentado por la desfiguración; es decir, la agresión a otra persona lanzándole ácidos). Aubry negó que, el 13 de enero de 1877, la célebre viuda Gras hubiera sido la inventora del vitriolage al convencer a su pretendiente el obrero Gaudry de que se casaría con él si le arrojaba vitriolo en el rostro a su verdadero amante, Renato de la Roche, para poder cuidarlo toda la vida, enfermo y desfigurado para siempre [4], o que ella concibiese la idea de emplear un líquido corrosivo con un fin criminal porque tuvo gran número de predecesores [3]. Por curiosidad, el 25 de julio de aquel mismo año, Mme. Gras, mujer bastante bien parecida, pero poco simpática, fue condenada por el jurado a cumplir 15 años de galeras y Gaudry, un hombre de aspecto vulgar, a 10 años de reclusión, como ejecutor del crimen [4].

PD: leyendo este libro de Paul Aubry resulta inevitable pensar en una obra de William Shakespeare: (…) El alma de Otelo es noble, violenta, solitaria y apasionada pero caerá irremediablemente en la telaraña que Yago irá tejiendo a su alrededor y que culminará con la escena del pañuelo, cuando el malvado oficial siembre la duda en el corazón del moro y logre convencerlo de que su mujer lo engaña con Casio. A partir de ese momento, Otelo se hundirá en una espiral irreflexiva e incontrolable que sólo terminará cuando estrangule a Desdémona y sea consciente de que ha sido utilizado por la carroña de Yago [5].

Citas: [1] GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, A. Tratado de Criminología. Valencia: Tirant, 4ª ed., 2009, pp. 411 a 413. [2] RODRÍGUEZ MANZANERA, L. Criminología. Ciudad de México: Porrúa, 2ª ed., 1981, pp. 324 a 326. [3] AUBRY, P. El contagio del asesinato: estudio de antropología criminal. Ciudad de México: Tipografía de Eusebio Sánchez, 1900, pp. 5, 8, 18, 21, 134, 263 y 264. [4] ZAYAS ENRÍQUEZ, R. Fisiologia del crimen: estudio jurídico-sociológico, Volumen 2. Veracruz: Imprenta de Zayas, 1886, pp. 113 y 117. [5] PÉREZ VAQUERO, C. “El mal de Yago”. En: Quadernos de Criminología, 2010, nº. 9, pp. 44-46. Pinacografía: Mark Kostabi | Depression is contagious (2005). Anónimo (escuela inglesa) | Otelo y Yago (s/f).

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