viernes, 25 de octubre de 2024

Sedes de poder (XV): la «Puerta de todas las Naciones» de Persépolis

Según el arqueólogo francés Lucianne Laroche, la Corte del Imperio Persa Aqueménida contó con tres capitales: Pasargada, donde tuvo lugar la coronación de todos los soberanos; Susa, la mejor situada desde el punto de vista geográfico, que fue la capital política y administrativa; y Persépolis [1]. Sobre esta última, el historiador español Manel García Sánchez señala que: A 1100 metros de altitud, sobre una terraza artificial a los pies del monte Kôh-e Rahmât, la Montaña de la Misericordia, Darío I ordenó hacia el 515 a. C. la construcción de una nueva capital imperial. Visible en toda su grandeza desde la lejanía, los visitantes de Persépolis se estremecerían ante el esplendor de una construcción que en su imaginario mítico-religioso era inexplicable sin la gracia del más grande de los dioses, Ahura Mazda. No obstante, la majestuosidad persepolitana puede confundir sobre la funcionalidad político-administrativa de la nueva capital y es todavía un lugar común en cierta historiografía el considerar Persépolis como una ciudad ritual, erigida para la celebración zoroástrica del festival del Año Nuevo iranio o Now Ruz en el equinoccio de primavera, idea deudora de los primeros viajeros europeos que visitaron las ruinas persepolitanas (…). En ausencia de otras fuentes documentales, la iconografía de la capital aqueménida ha sido utilizada para confirmar dicha hipótesis, y el silencio sobre la ciudad de las fuentes clásicas hasta época muy tardía, de los libros bíblicos o de algunas de las fuentes del próximo oriente antiguo no ha hecho más que alimentar la creencia de que Persépolis fue concebida como un punto de contacto entre el mundo celestial y el terrenal, el lugar en donde los dioses renovaban anualmente la gracia concedida a los monarcas persas y la vida renovada y el orden triunfaban sobre la muerte y el caos [2].


La ruda Pasargada, que conservaba piadosamente los restos de Ciro, continuó siendo siempre la ciudad santa donde acudían á coronarse sus sucesores; pero la austeridad de su paisaje no convenía para la capital de un imperio, y Darío trasladó su residencia más al Norte, levantando otros edificios reales en una nueva capital donde pudieran instalarse los complicados servicios de la corte. De aquí el origen de Persépolis, en la que Darío no construyó más que dos ó tres edificios; pero sus descendientes se encargaron de enriquecerla con tal fastuosidad que hubo de quedar como proverbial entre los antiguos. Alejandro, por ejemplo, después de haber recorrido triunfalmente toda el Asia, quiso habitar esta terraza de Persépolis, que por tanto tiempo había sido la residencia del señor del mundo. (…) Es curioso observar que faltan en Persépolis murallas y restos de fortificación; los edificios están casi abiertos; hay que convenir en que el gran rey debía sentirse muy seguro en la capital de su imperio [3].


A diferencia de Pasargada, la espectacular Persépolis, obra especialmente de Darío y de Jerjes, está adosada a la montaña y los edificios se hallan agrupados sobre una elevada terraza a la que se accede por una amplia escalinata con doble rampa de escalones y rellanos intermedios. Una vez subidos los escalones, nos encontramos en frente de la «Puerta de las Naciones», construida por Jerjes: una sala cuadrada de más de veinticinco metros de lado, con el techo sostenido por cuatro columnas de piedra. Esta sala tiene tres puertas: la primera o sea la que se atraviesa hacia el Oeste, adornada con todos guardianes; las otras dos conducen respectivamente, la del Este, adornada con toros de cabeza humana [lamassu], hacia el salón de las cien columnas, la del Sur, que da a un patio, hacia la zona del Apadana -sala de audiencias de Darío y de Jerjes- de los palacios residenciales (…) [1].

Aquella «Puerta de las Naciones» eran unos ricos propileos ó entradas monumentales con dos leones alados, elementos tradicionales de la decoración asiría, que Persia no hizo mas que copiar, dándoles el mismo empleo de guardianes de sus fachadas [3]; flanqueada por bestiarios colosales y míticos, los toros androcéfalos, simbolizaría el carácter espiritual del lugar, así como el poder del imperio, a los que podríamos sumar el dragón como símbolo del caos o del mal, las esfinges (…) y otras bestias mitológicas (…) y que podrían tener un significado cósmico: la lucha entre el bien y el mal, el triunfo del orden frente al caos. Es más que probable que toda esa iconografía esconda no pocos de esos significados, pero ello no confiere la exclusividad al carácter ritual en detrimento del significado ideológico-político que pueda haber en el combate entre el héroe real y los bestiarios, y sin olvidar tampoco que el orden y el desorden se expresan en antiguo persa en las inscripciones reales aqueménidas de manera explícita: el triunfo de la verdad (arta) y la ley (data) contra la mentira (drauga) [2].

La puerta fue ordenada construir por el rey Jerjes I para entrar a su Salón del Trono; por ella accedían las delegaciones venidas de todas las satrapías del imperio [2], pasando por delante de los lammasus donde el monarca ordenó cincelar la siguiente inscripción en tres idiomas (acadio, elamita y persa antiguo): «(…) Yo soy Jerjes, el gran rey, rey de reyes, el rey de los pueblos con numerosos orígenes, el rey de esta gran tierra, hijo de Darío, el rey, el aqueménida. El rey Jerjes declara: «Gracias a Ahura Mazda, he edificado esta Puerta de todas las Naciones; hay muchas cosas hermosas que han sido hechas en Persia, que yo he hecho y que mi padre ha hecho. Todo lo que ha sido hecho más allá, que parece bueno, todo eso lo hemos hecho gracias a Ahura Mazda. El rey Jerjes declara: «Que Ahura Mazda me proteja, así como a mi reino, y lo que yo he hecho, y lo que mi padre ha hecho, que Ahura Mazda lo proteja también» [1].

Citas: [1] LAROCHE, L. De los sumerios a los sasánidas. Valencia: Mas Ivars, 1971, pp. 101 a 105. [2] GARCÍA SÁNCHEZ, M. “Persépolis, ¿arquitectura celestial o terrenal?”. En: Historiae, 2008, nº 5, pp. 11, 12 y 16. [3] PIJOAN, J. et al. Historia del arte. Tomo I. Barcelona: Salvat, 1970, p. 217.


Recreación del exterior e interior de la Puerta
realizadas por Meysam Keshavarz

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