Suele decirse que, en algunas ocasiones, la realidad supera a la ficción; un buen ejemplo de ello lo encontramos en la extraña muerte de sir Thomas Overbury, un poeta inglés de comienzos del siglo XVII, asesinado con un enema de cloruro de mercurio que lo envenenó mientras estaba preso en la Torre de Londres. Su extraña historia comenzó cuando el joven escritor se licenció en Bellas Artes, en Óxford, y decidió continuar su formación en la capital, estudiando Derecho; donde se granjeó una sólida reputación por su sabiduría. En 1601, durante unas vacaciones en Edimburgo, conoció al conde Robert Carr, un hábil político, mano derecha del rey Jacobo I. Los dos jóvenes se hicieron inseparables y el noble acabó contratando al poeta como secretario personal. Siete años más tarde, en 1608, el monarca lo nombró caballero, título que incrementó su influencia en la Corte de Wéstminster hasta que surgieron las intrigas palaciegas.
Robert Carr se convirtió en amante de la condesa Frances Howard, mientras ella permanecía casada con el conde de Essex. Como aquella relación era inasumible, para la moral de Overbury, trató de convencer a su amigo de que rompiera con ella y se olvidara de invalidar aquel matrimonio aduciendo la impotencia del marido –nulidad que, finalmente, sí que lograron– pero el aristócrata se había enamorado y decidió continuar con aquella relación adúltera. Fue entonces cuando el escritor publicó un pequeño poema titulado Una esposa (A Wife) en 1613 con las virtudes que un hombre debería encontrar en una mujer. Lord Carr, y sobre todo Lady Frances, se lo tomaron como una afrenta personal e involucraron al monarca y a la reina de tal forma que aquel texto se mostró como si fuera un ataque contra la monarquía por lo que Overbury fue hecho prisionero el 22 de abril de 1613, falleciendo en la Torre el 15 de septiembre de aquel mismo año.
Sylvester Harding | sir Thomas Overbury (ca. 1603) |
Pronto empezaron a circular rumores de que el poeta había sido envenenado, circunstancia que se confirmó en 1615 cuando uno de los guardias de la prisión lo confesó. En un primer momento, el rey dio por cerrado el asunto pero, cuando él mismo se convirtió en objeto de la comidilla cortesana, involucrándole en la conspiración para matar a Overbury, no tuvo más remedio que atajar el escándalo y tomar cartas en el asunto. Entre 1616 y 1617, un tribunal presidido por sir Francis Bacon sentó en el banquillo a Carr, Lady Frances y otras cuatro personas (sus cómplices: el carcelero y el alcaide de la Torre, junto con la viuda de un médico y un farmacéutico). Durante el proceso se descubrió que este último grupo había tratado de envenenar al escritor con ácido sulfúrico incorporándolo en pequeñas dosis en los alimentos que recibía en prisión, con intención de consumirlo lentamente, pero el veneno no fue letal.
Para remediarlo, la condesa de Essex comenzó a enviarle a su celda, tartas y mermeladas caseras emponzoñadas; pero la fuerte complexión de sir Thomas continuó resistiendo, por lo que tuvieron que recurrir a un plan C: ponerle un enema para matarlo inyectándole una solución de veinte libras de cloruro de mercurio que le provocó una dolorosa agonía hasta que falleció.
Finalmente, los cuatro cómplices fueron hallados culpables y colgados en la famosa horca conocida como “el árbol de Tyburn” mientras que el ya matrimonio de Robert Carr y la instigadora Lady Frances –ella se declaró culpable de urdir el complot para matar al poeta– obtuvo el indulto real y ambos pudieron salvar sus vidas.
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