
En el índice de 2010, siete de los diez estados fallidos que encabezan esta particular clasificación mundial son africanos: Somalia (en el puesto número 1), Chad (2), Sudán (3), Zimbabue (4), República Democrática del Congo (5), la República Centroafricana (8) y Guinea Conakry (9); ofreciendo un panorama desalentador de la realidad de este continente. Los otros tres países son asiáticos: Afganistán (6), Iraq (7) y Pakistán (10). El primer país europeo no aparece hasta el puesto 60º: Bosnia y Herzegovina.
Se trata de un concepto muy controvertido por las implicaciones políticas que conlleva esta categoría: Calificar a una nación como estado fallido significa apuntarlo con el dedo ante la comunidad internacional como un país que carece de un verdadero Estado de Derecho y cuyo gobierno es ilegítimo, no respeta las reglas democráticas o su poder se basa en la fuerza de un determinado grupo tribal o en elites sociales; que se caracteriza por la ineficacia judicial, policial y gubernativa; altas tasas de criminalidad, intromisiones militares, corrupción y –en definitiva– donde las leyes ni se cumplen ni son iguales para todos.
A su lado se encuentra otro concepto próximo: los Pseudoestados (también llamados, estados en el purgatorio o estados-limbo); son aquéllos que, a pesar de no ser independientes –de acuerdo con el Derecho Internacional–, sí que actúan como tales, tanto por dejadez o impotencia del país al que pertenecen como por los espurios intereses de sus vecinos –aquello del divide y vencerás– o la simple política de hechos consumados, tal y como está sucediendo en Abjasia, Osetia del Sur, Sudán del Sur, Kosovo, Transdnistria, Somalilandia, la Tierra de Punt (Puntland) o el norte de Chipre.
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