
Una de las claves para lograrlo fue, sin duda, la existencia de una gran Administración Pública y de un funcionariado profesional. Con los Chin en el poder y, posteriormente, la dinastía Huán, se generalizó un sistema de exámenes que permitía seleccionar a los funcionarios de forma que no se accediera a estos puestos, tan solo, por el mero hecho de ser rico o familiar de algún otro cargo público.
En tiempos de Gung Wudi –siglo I– ya se encerraba a los aspirantes en un edificio para hacer los exámenes durante varios días; a partir de entonces, todos los emperadores chinos intentaron mejorar el sistema de acceso valorando una conducta intachable junto a pruebas de conocimiento sobre los textos de Confucio. Con los Tang –siglo VII– se tenía en cuenta el talento poético de los candidatos; en el siglo XII, la dinastía de los Song Meridionales incluyó pruebas matemáticas y, en el XV, los Ming preguntaban a los futuros funcionarios sobre dos cuestiones: ideológicas y literarias.
Los exámenes llegaron a ser tan difíciles que, en el siglo XVII, sólo un 1% de los aspirantes superaba las pruebas de acceso; algo que también tenía una lectura positiva para los líderes chinos. Según dijo Wu Zhifang, mientras el sistema de exámenes continuara vigente, aunque no se pudiera garantizar un puesto oficial o un salario a todos los candidatos; en lo que estudiaban, no pensaban en causar desórdenes.
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