
A pesar de que gran parte de la Península Ibérica continuaba, por aquel tiempo, bajo dominio islámico, la tumba del apóstol se convirtió en un importante lugar de peregrinación para los cristianos de toda Europa Occidental. Muchos de aquellos peregrinos hacían el Camino por verdadera devoción (devotionis causa), para realizar la última voluntad de un difunto (per commissione) o para cumplir una promesa (pro voto), pero –entonces, como ahora– también hubo quien lo recorría por simple curiosidad (hoy lo llamaríamos turismo) o por su valor iniciático (la prueba que necesitaba un joven para regresar a sus tierras convertido en caballero).
Durante la Edad Media, cuando los conceptos de delito y pecado caminaban aún de la mano, surgió la idea de la peregrinatio ex poenitentia; es decir, las autoridades civiles o religiosas podían condenar al ladrón, adúltero o asesino… a viajar a alguno de los lugares más sagrados del Viejo Continente (como Roma, Tours, Canterbury, Colonia… o Santiago: el destino más apartado) para redimirse y encontrar el perdón. En el medievo, llevar a cabo uno de estos largos viajes no era tan sencillo como hoy en día, pero siempre era mejor asumir aquel riesgo que sufrir las terribles penas corporales tan habituales en la Europa medieval.
A partir de 1122, el papa Calixto II concedió la indulgencia plenaria a quienes peregrinasen a Compostela durante la celebración de un año santo jacobeo, ganándose el jubileo para expiar sus pecados; de ahí que en el norte de Europa, diversas ciudades, como Lieja, en 1328, tipificaron en sus Estatutos los delitos por los que se imponía la condena (o penitencia) de peregrinar a Santiago y regresar a su punto de partida demostrando que se había realizado el Camino. Muy pronto, a esta ciudad belga le siguieron otras cercanas como Namur, Gante, Máastrich o Lübeck y la costumbre se extendió por las actuales Francia, Bélgica, Holanda y Alemania, alcanzando su mayor apogeo en el siglo XV.
Actualmente, esta peregrinatio ex poenitentia se está recuperando en Bélgica como una forma de justicia restaurativa. Desde 1982, la Asociación flamenca Oikoten acompaña hasta Santiago, andando (unos 2.500 km.), a jóvenes que van a ser condenados por los juzgados de menores de Flandes, como su última oportunidad de redención con la sociedad y para que se archive su causa.
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