martes, 20 de marzo de 2012

La peregrinación a Santiago como penitencia por un delito

A comienzos del siglo IX, un fraile llamado Pelayo quedó deslumbrado por unas luces que le guiaron hasta un paraje deshabitado, entre los ríos Tambre y Ulla, donde descubrió el sepulcro de mármol que contenía los restos de Santiago el Mayor. El hallazgo de la tumba del apóstol –que, según la tradición, evangelizó Hispania antes de morir degollado en Jerusalén– se extendió rápidamente por toda la España cristiana, con el apoyo del rey de Asturias, Alfonso II el Casto, y del obispo de Iria Flavia, Teodomiro. El propio monarca asturiano acudió a ver el lugar del descubrimiento y mandó construir una pequeña capilla, Antealtares, sobre la cella levantada por los discípulos del apóstol –Anastasio y Teodoro– bajo el ábside de la catedral actual; dando origen a una ciudad a la que se llamó Santiago de Compostela.

A pesar de que gran parte de la Península Ibérica continuaba, por aquel tiempo, bajo dominio islámico, la tumba del apóstol se convirtió en un importante lugar de peregrinación para los cristianos de toda Europa Occidental. Muchos de aquellos peregrinos hacían el Camino por verdadera devoción (devotionis causa), para realizar la última voluntad de un difunto (per commissione) o para cumplir una promesa (pro voto), pero –entonces, como ahora– también hubo quien lo recorría por simple curiosidad (hoy lo llamaríamos turismo) o por su valor iniciático (la prueba que necesitaba un joven para regresar a sus tierras convertido en caballero).

Durante la Edad Media, cuando los conceptos de delito y pecado caminaban aún de la mano, surgió la idea de la peregrinatio ex poenitentia; es decir, las autoridades civiles o religiosas podían condenar al ladrón, adúltero o asesino… a viajar a alguno de los lugares más sagrados del Viejo Continente (como Roma, Tours, Canterbury, Colonia… o Santiago: el destino más apartado) para redimirse y encontrar el perdón. En el medievo, llevar a cabo uno de estos largos viajes no era tan sencillo como hoy en día, pero siempre era mejor asumir aquel riesgo que sufrir las terribles penas corporales tan habituales en la Europa medieval.

A partir de 1122, el papa Calixto II concedió la indulgencia plenaria a quienes peregrinasen a Compostela durante la celebración de un año santo jacobeo, ganándose el jubileo para expiar sus pecados; de ahí que en el norte de Europa, diversas ciudades, como Lieja, en 1328, tipificaron en sus Estatutos los delitos por los que se imponía la condena (o penitencia) de peregrinar a Santiago y regresar a su punto de partida demostrando que se había realizado el Camino. Muy pronto, a esta ciudad belga le siguieron otras cercanas como Namur, Gante, Máastrich o Lübeck y la costumbre se extendió por las actuales Francia, Bélgica, Holanda y Alemania, alcanzando su mayor apogeo en el siglo XV.

Actualmente, esta peregrinatio ex poenitentia se está recuperando en Bélgica como una forma de justicia restaurativa. Desde 1982, la Asociación flamenca Oikoten acompaña hasta Santiago, andando (unos 2.500 km.), a jóvenes que van a ser condenados por los juzgados de menores de Flandes, como su última oportunidad de redención con la sociedad y para que se archive su causa.

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