lunes, 28 de julio de 2014

«France criminelle» (III): el robo de «La Gioconda» (I)

Leonardo se puso a hacer el retrato de Mona Lisa, mujer de Francesco del Giocondo, y luego de trabajar en él durante cuatro años, lo dejó sin terminar (…) Quien mira intensamente la fontanela de la garganta, cree mirar allí las pulsaciones de la vida, y en verdad puede decirse que fue pintada con la intención de hacer temblar y amedrentar incluso a los mejores artífices. En todas las sesiones que Mona Lisa posaba para el pintor (…) Leonardo disponía que siempre hubiese allí quien tocase y cantara, y nunca faltaba un bufón que la distrajera y alegrara, a fin de evitar el semblante melancólico que a menudo la pintura le da a los retratos. Y en este de Leonardo hay una sonrisa (…) que es cosa divina más que humana
[1]. El gran biógrafo de los artistas italianos, Giorgio Vasari, describió de este modo la creación de la Gioconda a mediados del siglo XVI. Desde entonces, aquella pintura al óleo sobre tabla de madera de álamo que apenas mide 77 x 53 cm –lo que explica la facilidad con la que pudo ocultarse cuando la robaron– ha terminado convirtiéndose en el cuadro más célebre, más amado y más discutido del mundo [2] tanto como ninguna otra obra de la historia del arte; y gran parte de ese mérito se le puede atribuir al ladrón italiano, Vincenzo Peruggia (1881-1947), que la robó del Louvre en 1911, transformando el rostro de aquella mujer en un icono de la cultura occidental.

Su autor, Leonardo da Vinci (1452-1519), era hijo ilegítimo de un notario y una campesina, un hombre sin letras, como él mismo se definió, pero que, desde niño, destacó tanto por su capacidad creativa como por la complejidad de su carácter. Se cree que comenzó a pintar la Gioconda entre 1503 y 1506 por encargo de un rico comerciante de telas florentino, Francesco del Giocondo, para inmortalizar a su hermosa esposa, Lisa Gherardini [la Mona Lisa]; sin embargo, el genio del Renacimiento nunca llegó a entregarles su encargo. Por algún motivo sobre el que se viene especulando desde entonces, el artista estableció un vínculo muy cercano con su obra y, cuando aceptó la hospitalidad del rey Francisco I de Francia para trasladarse a vivir a la región del Loira, decidió llevarse el retrato y terminarlo en el castillo de Clos-Lucé, cerca de Amboise, hacia 1517. Un año más tarde, el monarca pagó 4.000 ducados [3] al principal discípulo del maestro, Salaí, para adquirirlo con el fin de ponerlo en el cabecero de su alcoba. Al morir el soberano, el cuadro pasó a formar parte del Patrimonio francés y, antes de que se mostrara al público en el Museo del Louvre, decoró los salones privados de Fontainebleu y Versalles y el dormitorio de Napoleón en las Tullerías.


La Mona Lisa se ha descolgado de la pared del museo parisino en diversas ocasiones, para protegerla de los conflictos que han afectado a la capital francesa en estos siglos, escondiéndola en Brest, Burdeos, Toulouse o Amboise pero, la mañana del 21 de agosto de 1911, el cuadro simplemente desapareció sin dejar rastro.

Era lunes, el habitual día en que el museo permanecía cerrado por descanso del personal y, en principio, nadie pensó en un robo sino en el estudio que estaba preparando los nuevos catálogos del Louvre y que, sin previo aviso, solía trasladar las obras para fotografiarlas buscando una mejor iluminación. Los nervios se desataron el martes cuando el museo abrió sus puertas y, en el Salón Carré, el hueco de la Joconde continuaba vacío. Intervino la policía, se llamó al famoso investigador Alphonse Bertillon para que buscase alguna pista en el lugar del crimen, tomaron las huellas dactilares de todos los empleados, destituyeron al director, sancionaron a los vigilantes, se cerraron las fronteras del país e incluso detuvieron al poeta Guillaume Apollinaire y al pintor malagueño Pablo Picasso como principales sospechosos, pero todo fue inútil, pasó el tiempo y dos años después del robo se había perdido toda esperanza de volver a encontrarlo. El museo eliminó la Mona Lisa de sus catálogos y su espacio pasó a ocuparlo un cuadro de Rafael, el Baltasar Castiglione, hasta que lo sustituyó La mujer de la perla, de Corot (casualmente, los personajes de ambos lienzos mantenían la característica pose de la Gioconda, como homenaje a Leonardo).

Para decepción de la prensa, el hombre que llevó a cabo uno de los mayores robos de la historia, según el Guinness Libro de los Récord [4], resultó ser un pobre desgraciado y no un ladrón de arte internacional y sofisticado [5].

Citas: [1] VASARI, G. Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos. México: UNAM, 1996, p. 410. [2] RIZZATI, Mª. L. Leonardo. Barcelona: Marín, 1975, p. 63. [3] BARTOLON, L. Leonardo. Verona: Mondadori, 1972, p. 33. [4] Guinness Libro de los Records. Barcelona: Círculo de Lectores, 1981, p. 177. [5] SASOON, D. Leonardo y la Mona Lisa. Barcelona: Electa, 2007, p. 217.

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