miércoles, 15 de febrero de 2017

Callejero del crimen (VI): la calle Matasiete, de León

Cuando falleció el rey Fernando IV de Castilla y León, en 1312, le sucedió en el trono su hijo Alfonso XI que, por aquel entonces, acababa de cumplir su primer año de vida; por ese motivo, las sucesivas Cortes que se convocaron en Valladolid, Palencia y Burgos decidieron que su abuela, la reina María de Molina, viuda de Sancho IV, se responsabilizara de criar al joven monarca mientras que otros familiares se encargarían de la disputada regencia del reino, lo que motivó una encarnizada lucha de poder entre los infantes al fallecer la reina regente en 1321. Cuatro años más tarde, el 13 de agosto de 1325, una nueva asamblea en la capital del Pisuerga declaró la mayoría de edad de Alfonso con 14 años.

El nuevo soberano tuvo como objetivos generales (...) la guerra contra los moros, la mejor organización y administración del Reino, la transformación en territorial del antiguo derecho local castellano y mantener una cordial amistad con el Reino de Francia y la curia pontificia, sin descuidar las relaciones con Inglaterra [1]; asimismo, reprimió las revueltas de la nobleza y consiguió establecer una especie de absolutismo monárquico, que halló su expresión escrita en las reformas políticas y legales que, en 1348, promulgó en Alcalá de Henares [2]. El Ordenamiento de Alcalá dispuso, entre otras medidas, el orden de prelación para saber qué ley debía aplicarse entre todas las que se encontraban vigentes en aquel crisol normativo de fueros municipales y leyes aprobadas por las Cortes: en primer lugar, las leyes del Ordenamiento alcalaíno; después, el Fuero Juzgo o los fueros municipales y nobiliarios siempre que no se opusieran a aquél; y, por último, Las Siete Partidas como derecho supletorio, siendo el propio monarca quien resolvería cualquier duda que pudiera surgir en materia de interpretación. Gracias a sus dotes de Gobierno, al “onceno” se le conoció por el sobrenombre de El Justiciero.

A pesar de los esfuerzos reales, los partidarios de los infantes de Castilla –en especial, don Juan Manuel (célebre autor de El Conde Lucarnor)– continuaron enfrentándose a los nobles leales a la Corona y, en ese contexto, se produjeron los hechos que dieron origen al singular nombre de la calle Matasiete.

Hoy en día, una placa conmemorativa situada en un lateral de esta estrecha, sinuosa y siniestra [3] calle peatonal del popular barrio leonés de El Húmedo, junto a la Plaza Mayor, narra la Leyenda leonesa del siglo XIV. El infante Juan Manuel conspira contra Alfonso XI. Gil de Villasinta y Juan de Velasco traen un mensaje del rey para Don Gutierre. Esperan la noche en la taberna del tío Joroba [situada en la paralela calle de Mulhacín], donde se reúnen los partidarios del infante. Hay una pelea con varios muertos, entre ellos Juan de Velasco [este último era el marido, supuestamente fallecido en Granada, de Leonor de Guzmán, hija del noble caballero Pedro Núñez de Guzmán que educó y armó caballeros a Gil de Villasinta, Juan de Velasco y Gutierre. Leonor, creyéndose viuda, se convirtió en concubina de Alfonso XI, lo que a la postre ocasionó una guerra dinástica con la muerte del monarca en 1350, entre el heredero legítimo, Pedro I El Cruel, y su hermanastro -y asesino- Enrique II de Tratámara].


Cuando salieron a relucir las armas, aquella noche de enero de 1330, y llegaron otros refuerzos, Juan de Velasco quedó tendido en calle, desangrándose hasta la muerte, mientras don Gil lograba acabar con siete de sus agresores –dando nombre a la calle– antes de ser reducido por los alguaciles. Este leal caballero, espadachín luchador en el lance sangriento de la calle Matasiete (…) fue apresado por los sublevados y condenado a la última pena. Su situación era harto comprometida. Había sido llevado a los calabozos del castillo de la ciudad (Santa Marina) y desde allí fue trasladado al patíbulo que por entonces para estos casos, se levantaba previamente, al lado de la Cruz, en la plaza de Santa Maria del Camino, que el vulgo dice del Mercado del Grano, para ser ajusticiado. Los levantiscos, en su mayoría gente de mala ralea, campaban en la ciudad. Y aquel día, cuando el maniatado don Gil ya tenía su cabeza puesta sobre el tajo, que entonces a la gente sentenciada se la ejecutaba así, y el verdugo ya levantaba su afilada hacha para descargar el terrible golpe…. En tan crítico momento y sin que a nadie se apercibiera, don Gutierre tomó un carcaj, preparó el arco diestramente y, dirigiendo la puntería al sitio del tablado, arrojó una flecha que fue a clavarse en el cuerpo del verdugo, el cual cayó desplomado (…). Lo demás ya es sabido. En aquel mismo instante llegaron los leales de Alfonso XI y ahogaron la rebelión (…). Y la paz volvió a León [4].

Citas: [1] SÁNCHEZ HERRERO, J. "Las relaciones de Alfonso XI con el clero de su época". En AA.VV. Génesis medieval del Estado Moderno: Castilla y Navarra. Valladolid: Ámbito, 1987, p. 41. [2] VENTURA, J. Historia de España. Tomo II: Desde la conquista musulmana hasta finales de la Edad Media. Barcelona: Plaza &Janés, 2ª ed. P. 165. [3] GARCÍA ABAD, A. Leyendas leonesas. León: Everest, 1984, p. 201. [4] CAYÓN WALDALISO, M. Tradiciones leonesas. León: Everest, 1986, pp. 87 y 88.

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