(…) Egaña no pretendía ser un revolucionario; pero, sobre la base de la conquista de España por el ejército francés, anhelaba que Chile se organizara como nación libre. (…) mucho antes que Bolívar, lanza la idea de una federación hispanoamericana [1]. Así de rotundo se mostró el historiador chileno Domingo Amunátegui Solar (1860-1946), en 1924, al escribir sobre el proyecto de entidad supranacional que Juan Egaña (1768-1836) había defendido al jurar la independencia chilena en 1818: Que [Chile] también ha querido retener en si el derecho y ejercicio de su suprema soberania en cuanto a las relaciones exteriores y representación política entre los demás gobiernos soberanos de la tierra, pero en la calidad de anunciar y declarar a los demás gobiernos de América, en cualquier forma y dominación que existan, y a los de Europa (incluso la España), que reteniendo irrevocablemente al derecho y absoluto ejercicio de su gobierno interior, está pronto y convida y excita a los gobiernos americanos, para que se reúnan en un Congreso de Diputados, donde, ya sea en clase de Confederación o en una alianza perpetua y sostenida por los más indisolubles vínculos, o de cualquier otro modo mutuamente ventajoso, pueda establecerse un derecho público de América, o una soberanía nacional o confederada, o cualquier otra especie de tratados que sin derogar la independencia interior y municipal, se forme un sistema general de Unión, Concordia y mutuas relaciones, en cuyo caso transmitirá Chile a la decisión de este Congreso la soberanía, uso y ejercicio de todas las relaciones exteriores y derecho público nacional, conformándose con sus resoluciones en esta parte [2].
La singularidad de esta segunda propuesta de Egaña, a diferencia de otros precedentes que defendieron la integración panamericana (de todo el continente) –o al menos la latinoamericana (circunscrita a los territorios colonizados por metrópolis europeas de origen latino)– radica en que su autor demostró en aquel momento una visión mucho más original y amplia que sus coetáneos –de ahí que hubiera quienes le tildaron de quimérico, utópico y sin conexión con las necesidades de la antigua Capitanía de Chile [3]– al abrir la puerta, por ahora, a que pudieran formar parte de aquella suerte de Confederación los Estados Unidos, España, Portugal, Grecia, los Estados hispanoamericanos y Haití [2] sin usurpar la soberanía de cada nación.
Sin embargo, este no fue su primer planteamiento; en 1810 ya habló de un Proyecto de una reunión general de las colonias españolas para su defensa y seguridad en la prisión de Fernando VII –congreso para el que propuso que se reuniera en las ciudades de Guayaquil o Panamá– y en 1813 defendió crear el Gran Estado de la América Meridional [Dieta soberana de Sud América], basado en gran medida en su propia experiencia vital, como veremos a continuación. Las fronteras de la entidad abarcan los territorios de Chile, Buenos Aires (incluyendo a Charcas o Alto Perú y la Banda Oriental) y el Perú. Sus dimensiones no resultan de un cálculo fantasioso: la primera década de vida de Egaña transcurrió en ese espacio virreynal, dividido por el rey Carlos III en 1776 para dar lugar a la creación del Virreinato del Río de la Plata; según el profesor mexicano Germán A. de la Reza que ha investigado cómo de 1810 a 1826, Juan Egaña y Risco elabora una serie de proyectos de congreso general destinados a unificar el régimen exterior de las provincias, luego repúblicas hispanoamericanas [3].
Con el cambio de década, en 1826, el tratadista reiteró su proyecto en catorce artículos pero, en esta ocasión, circunscribió la alianza o federación perpetua a los estados que fueron colonias españolas por su uniformidad en idioma, religión, intereses, costumbres, ideas y opiniones. Propuso que los representantes nacionales de esa Confederación Hispanoamericana asistieran a un Senado Federal que dispondría de la paz, la guerra y las alianzas con los países extranjeros y adoptaría el derecho común federal, apostando por la conciliación como método para arreglar cualquier conflicto.
Ese mismo año fue cuando Simón Bolívar (1783-1930) invitó a los Gobiernos de [Gran] Colombia, México, la América Central, las Provincias Unidas de Buenos Aires, Chile y Brasil a participar en el Congreso Anfictiónico de Panamá –denominación que, de nuevo, alude a la Antigua Grecia; en concreto, a la Liga de la Anfictionía [Confederación de las antiguas ciudades griegas para asuntos comunes (DRAE)]– entre el 22 de junio y el 15 de julio de 1826; en esa última fecha se firmó el Tratado de Union, Liga y Confederación Perpetua entre las Repúblicas de Colombia, Centro América, Perú y Estados Unidos Mexicanos [que Chile no llegó a firmar, a pesar de los esfuerzos integradores de Egaña, por culpa de la inestabilidad política que caracterizó su gobierno en esa época].
Para concluir, conviene reseñar un breve apunte biográfico sobre este jurista, político e intelectual. Juan Egaña Risco nació en Lima (Perú), el 31 de octubre de 1768, hijo del chileno Gabriel Jorge de Egaña y de la peruana Josefa Risco. Estudió Jurisprudencia, Cánones y Leyes en la Universidad de San Marcos de su natal Ciudad de los Reyes; allí mismo se doctoró y llegó a dar clases de Derecho en sus aulas, al tiempo que se colegió como abogado (1791). Al fallecer su madre, con 21 años, se trasladó con su padre a Santiago de Chile donde arraigó, contrajo matrimonio con Victoria Fabres González el 12 de agosto de 1792, con quien tuvo 7 hijos, entre los que destacó el también jurista, parlamentario y hombre público Mariano Egaña Fabres, conocido por su participación en la redacción de la Constitución de 1833 [4].
El profesor Rodríguez de la Torre apunta que Egaña fue un hombre de gran inteligencia y vasta cultura, además de políglota (dominaba al menos seis lenguas), se adhirió al espíritu de la Ilustración que llegaba raudo desde Europa y su mente empezó a pensar pronto en el espíritu patrio, constituyéndose en un patriota ilustrado. Su vida pública está ligada a los albores de la patria chilena [5]. Como diputado y senador (llegó a presidir la Cámara Alta en 1813), redactó las constituciones chilenas de 1811 (con su Declaración de los derechos del pueblo de Chile) y 1823 (llamada “Moralista”); asimismo, fue catedrático en la Universidad de San Felipe, en Santiago, y un prolífico escritor que, al final, pasó a la Historia como el principal legislador de los primeros tiempos de la República [6]. Falleció en Santiago el 20 de abril de 1836, a los 68 años.
Citas: [1] AMUNÁTEGUI SOLAR, D. “Génesis de la Independencia de Chile”. En: Anales de la Universidad de Chile, 1924, p. 1196. [2] EGAÑA, J. Escritos Inéditos y Dispersos. Santiago, 1949, p. 100 a 102. Citado por: SILVA CASTRO, R. “Juan Egaña, Precursor de la Integración Americana”. En: Estudios Internacionales, 1968, nº 3, p. 399. [3] DE LA REZA, G. A. “Los proyectos confederales de Juan Egaña y la genealogía de un prejuicio”. En: Araucaria. Revista Iberoamericana de Filosofía, Política y Humanidades, 2017, nº 37, p. 462. [4] SCHNEIDER, C. Personaje histórico: Juan Egaña. Instituto ResPública [en línea]. [Fecha de consulta: 28 de noviembre de 2022]. Disponible en Internet (*). [5] RODRÍGUEZ DE LA TORRE, F. Biografía de Juan Egaña. DBE RAH [en línea]. [Fecha de consulta: 28 de noviembre de 2022]. Disponible en Internet (*). [6] AMUNÁTEGUI SOLAR, D. Historia de Chile: las letras chilenas. Volumen 1. Santiago: Balcells, 1925, p. 50.
No hay comentarios:
Publicar un comentario