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Para cuidar de aquel niño, el pintor contrató a la viuda Geertje Dircks de nodriza, mientras él rehacía su vida con la criada Hendrickje Stoffels. Celosa de que Rembrandt hubiese preferido a la joven sirvienta, Geertje lo denunció acusándole de haber incumplido una promesa de matrimonio al entregarle una sortija de su primera esposa. Aunque luego se supo que aquel compromiso existió realmente, Rembrandt lo negó todo y trató de solucionar el pleito con un acuerdo extrajudicial pero el tribunal de Ámsterdam dio la razón a la demandante y le adjudicó una pensión vitalicia anual. El contraataque del pintor fue acusarla de conducta inmoral hasta conseguir que la encerraran en un correccional femenino.
Por las cláusulas del testamento de Saskia, Rembrandt no podía casarse con su criada –aunque ya tenían una hija en común, Cornelia– sin perderlo todo y, para complicar aún más la situación, su lujoso ritmo de vida, unas malas inversiones, nuevos problemas con la Justicia y un exceso de gastos les abocaron a declararse en quiebra en 1656. Para no volver a tener problemas económicos, el pintor recurrió a una argucia legal: creó una empresa a nombre de su amante y de su hijo Titus como titulares de los derechos de explotación de sus famosos grabados a cambio de que esta empresa corriera con los gastos de mantener, alimentar y dar techo al artista. Con esa estrategia consiguió recuperarse y dejar de acudir a los prestamistas pero la triquiñuela se convirtió en una trampa: en menos de un año murieron tanto Hendrickje como Titus y Rembrandt acabó litigando con su nuera, Magdalena van Loo, que lo acusó de disponer de los bienes que le correspondían a ella como herencia de su difunto marido. El nuevo pleito resultó tan interminable que ambos litigantes no llegaron a dilucidar nunca la propiedad de lo escasos bienes que aún se conservaban del maltrecho legado de Rembrandt porque los dos fallecieron en el breve margen de diez días.
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