miércoles, 28 de abril de 2021

La propuesta de William Penn para una Soberana Dieta de los Estados de Europa

Entre los numerosos autores que, a lo largo de la Historia, han defendido la integración de las naciones del Viejo Continente, uno de los precursores más singulares es, sin duda, el terrateniente cuáquero inglés William Penn (1644 – 1718). El 24 de junio de 1680, Penn le pidió al rey Carlos II de Inglaterra unas tierras en América a cambio de la deuda que la Corona había contraído con su padre, el almirante Penn (un leal realista que financió la reconstrucción de la Armada con su propio patrimonio en unos tiempos muy convulsos, tras la efímera república de Oliver Cromwell que ordenó decapitar a Carlos I, padre del entonces monarca). Finalmente, el 4 de marzo de 1681, el soberano prefirió pagarle en especie y no en efectivo, concediéndole la Pennsylvania Charter to William Penn, aplicable en un frondoso terreno rectangular delimitado por Nueva Jersey, Maryland y Nueva York que Inglaterra había conquistado a los holandeses en 1664. Al fundar Pensilvania –en inglés, Pennsylvania; que, literalmente, significa El Bosque de Penn– en 1682, William soñaba con un lugar donde las personas pudieran convivir en armonía; algo impensable en la Europa del siglo XVII que había dejado atrás, donde sus habitantes sufrían las consecuencias de las frecuentes guerras y la discriminación e incluso la persecución por sus creencias religiosas.

Con este propósito en mente, Penn ejerció su autoridad en aquella colonia inglesa durante dos periodos que, en total, apenas abarcaron cuatro años que, sin embargo, resultaron muy fructíferos porque firmó tratados con las tribus indias nativas, intercambiando promesas de amistad perpetua; y aprobó las Concessions ad Agreements of the Propietors, Freeholders and Inhabitants of the Province of West New Jersey, de 1677, donde desarrolló un ordenamiento muy tolerante, regulado posteriormente en la Charter of Privileges de 1701, que reconocía la autoridad del rey británico sobre la colonia pero, al mismo tiempo, establecía la participación de los colonos en la elaboración de las leyes y la elección de sus gobernantes, implantando un sistema de Justicia que se caracterizó por los procesos con jurado.

De regreso a Inglaterra, en 1693, escribió su obra “Un ensayo para la presente y futura paz de Europa. A través del establecimiento de una Dieta, Parlamento o Estado Europeo” con su reflexión para resolver lo que él mismo no dudó en calificar como “quejumbroso Estado de Europa” mediante “un proyecto de paz y felicidad para esta parte del mundo”.

Henry Inman | William Penn (ca. 1830)

En su opinión, el medio para alcanzar la paz general era la justicia en lugar de la guerra; para lograrlo, propuso que si los príncipes soberanos de Europa (…) aceptarían, por (…) amor a la paz y al orden, reunirse con los diputados en una dieta general, estados o parlamento y ahí establecer normas de justicia para ser observadas por todos príncipes soberanos; y acordar reunirse una vez al año, o una vez cada dos o tres años a lo sumo, lo que ellos crean oportuno, y diseñaran, la Soberana o Imperial Dieta, Parlamento o Estado de Europa. 

Ante semejante asamblea soberana deberían traerse todas las diferencias dependiendo de los soberanos que no pueden ser resueltas por las embajadas privadas antes de que las sesiones comiencen; y si alguna de las soberanías que constituyen estos estados imperiales rechazara someter sus demandas o pretensiones a ellos, o acatar y ejecutar el juicio emitido, y buscara el remedio a través de las armas o retrasara su cumplimiento más allá del tiempo previsto en sus resoluciones, todas las soberanías, unidas como una sola fuerza, pueden obligar al sometimiento y ejecución de la sentencia, con daños y perjuicios de la parte ofendida y los cargos a las soberanías obligadas a su cumplimiento.

Ciertamente, Europa obtendría tranquilamente la tan deseada y necesaria paz a sus atormentados habitantes; ninguna soberanía en Europa ostentaría el poder y por lo tanto no podría mostrar la voluntad de discutir la decisión; y consecuentemente, la paz sería lograda y mantenida en Europa.

En cuanto a la composición y proporción de los delegados de cada país en esta Soberana Parte o Estado Imperial, William Penn previó que esa cuestión representaba una “no pequeña dificultad”; de hecho, sin pretender ser exacto –como él mismo se excusó con todas las partes integrantes– imaginó, “en beneficio de ejemplo” que el Imperio de Alemania envía doce; Francia, diez; Italia, los que lleva a Francia, ocho; Inglaterra, seis; Portugal, tres; Suecia, cuatro; Dinamarca, tres; Polonia, cuatro; Venecia, tres; las siete provincias, cuatro; los trece cantones y las pequeñas soberanías vecinas, dos; los ducados de Holstein y Courland, uno; y si los turcos y moscovitas se incorporan, como parece lo adecuado y justo, harán diez o más cada uno. El total hace noventa [en este pasaje no incluye a España pero sí que la cita en otros momentos]. 

Y, aunque no propuso ninguna sede concreta para la Dieta sí que aconsejó que la primera sesión del Estado Imperial europeo se celebrara en un  lugar cuanto más central posible, teniendo en cuenta lo que acuerden las partes. 

Finalmente, su ensayo concluye enumerando tanto las objeciones que se podrían presentar a su proyecto como los reales beneficios que derivarían de él: desde preservar a los pueblos, ciudades y países devastados por la rabia de la guerra hasta ahorrarse el coste de los gastos que acarrean estos conflictos, pasando por la facilidad y seguridad de desplazamiento y tráfico –que, según Penn, no volvió a disfrutarse en Europa desde los tiempos del Imperio Romano– e incrementar una personal amistad entre príncipes y estados.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...