El creador del famoso personaje de Robinson Crusoe –Daniel Defoe– no solo fue un conocido escritor sino también un excelente comerciante, periodista, espía e incluso contable, materia a la que dedicó su libro The Complete English Tradesman, de 1725. Un año antes, este polifacético autor inglés publicó bajo seudónimo su Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas (General History of the Robberies and Murders of the Most Notorius Pirates) donde se hizo eco de la historia de una utópica comunidad que, supuestamente, crearon unos piratas en una bahía al norte de Madagascar entre los siglos XVII y XVIII.
Entre el mito y la realidad, la leyenda cuenta cómo el fraile napolitano Angelo Caraccioli y el pirata provenzal James Misson –un adelantado a los ideales revolucionarios de 1789– se hicieron con el control de un barco francés, el Victoire, durante un combate naval en las islas Antillas. Influidos por la lectura de Utopía, de Tomás Moro, dirigieron a los doscientos marineros del buque por los océanos Atlántico e Índico bajo una bandera blanca con el lema Por Dios y la libertad, liberando a los esclavos que fueron encontrando, colectivizando todos sus bienes, declarando la igualdad de cualquier tripulante (hombres o mujeres, de cualquier nacionalidad, raza o creencia) y estableciendo un equitativo sistema para elegir a sus representantes. Con esos ideales recalaron en la antigua ciudad de Diego Suárez (actual Antsiranana), en la costa norte malgache, donde fundaron una república a la que se unió un nuevo pirata, Thomas Tew (el único del que sí que existen documentos que demuestran su existencia).
La colonia –convertida en una próspera comunidad de ganaderos y agricultores donde estaban prohibidos el dinero y la propiedad privada, al considerarse que todo era de todos– debió de subsistir, aproximadamente, unos veinte años, hasta que fue atacada por la armada británica y las tribus locales. El fraile dominico pereció en la contienda y los piratas Misson y Tew huyeron en sus barcos, falleciendo poco después, convertidos en proscritos. Lamentablemente, no existe ninguna otra fuente documental, más allá del tratado de Defoe, que sirva para contrastar la existencia de esta utópica Libertalia.
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