Hace más de 17.000 años, nuestros antepasados ya representaron el cúmulo de las Pléyades en las paredes de una cueva en Lascaux (Francia). Con ese antecedente histórico, no es de extrañar que la astronomía sea considerada como una de las ciencias más antiguas de la Humanidad; sobre todo porque, desde los albores del tiempo, el ser humano siempre ha vivido bajo un cielo estrellado hacia el que han mirado muchas culturas –china, egipcia, babilónica, griega, maorí, hindú, árabe o maya– planteándose cómo afectaba el movimiento de aquellos cuerpos celestes a sus vidas y a la toma de sus decisiones.
Desde aquella observación del firmamento –pasando por los tres grandes nombres: Copérnico, Tycho Brahe o Kepler– hasta la actual exploración del cosmos, los astrónomos también han desempeñado un papel fundamental desde un punto de vista normativo y no porque alguno de ellos, como Johannes Kepler, estableciera sus famosas leyes sobre el movimiento de los planetas en su órbita alrededor del sol, sino porque llegó un momento en el que tuvieron que adoptar unas resoluciones para delimitar oficialmente, por ejemplo, cuántas eran las constelaciones del firmamento; esos conjuntos de estrellas que, desde antiguo, se han asociado con una silueta, trazada por la imaginación humana (un toro, una lira, un pastor, una osa…) y un nombre de origen griego, latino o árabe.
Partiendo de las constelaciones descritas por el precursor científico de la astronomía, el alejandrino Ptolomeo, en su obra Almagesto –donde recopiló todos los conocimientos griegos sobre esta materia– en 1928, el astrónomo belga Eugène Delporte fue el responsable de que la Unión Astronómica Internacional (IAU, por sus siglas en inglés) aprobase una resolución estableciendo, convencionalmente, la actual configuración del cielo en 88 constelaciones.
Pero, sin duda, la resolución más polémica de la Asamblea General de la IAU se produjo en su reunión de Praga el 24 de agosto de 2006, cuando se decidió que nuestro sistema solar estaba formado por tan sólo ocho planetas (Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno) excluyendo a Plutón, degradado a la nueva categoría de planetoide (dwarf planet).
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