viernes, 30 de mayo de 2014

¿Demasiado azar? (III): el primogénito de Lincoln

Hoy vamos a cerrar el círculo que inicié, hace más de cinco años, con un artículo que publiqué en la revista Quadernos de Criminología comentando el sorprendente paralelismo que existía entre los magnicidios de Abraham Lincoln y John F. Kennedy; un buen ejemplo de que, a veces, la realidad supera a la ficción aunque esta curiosa circunstancia no debe ceñirse tan solo a esos dos célebres asesinatos porque también sucedió en otros crímenes que son menos conocidos fuera de los EE.UU., como la muerte de los presidentes James Abram Garfield y William McKinley, donde el azar desempeñó un papel fatídico. Retomando el primer caso, ya sabemos que Lincoln murió de un disparo en la cabeza efectuado por John Wilkes Booth, en el palco del Teatro Ford, de Washington, el 14 de abril de 1865, al gritó de sic semper tyrannis. Esta expresión es el lema (en inglés: motto) de la Commonwealth de Virginia, significa Así siempre a los tiranos y hoy en día forma parte del escudo y la bandera virginiana con el diseño que George Wythe realizó en 1777 [un abogado que, como vimos en otra entrada de este blog, murió envenenado en 1806 por un sobrino-nieto que fue absuelto del crimen durante un lamentable proceso judicial]. Asimismo, en otro in albis nos referimos a la muerte de Lincoln porque algunos de los conspiradores que ayudaron a Booth (como David Herold, Lewis Powell o George Atzerodt) fueron inmortalizados de frente y de perfil por un creativo fotógrafo escocés llamado Alexander Gardner, dando origen a las famosas fichas policiales de los detenidos (mugshot).

Pero la vinculación entre la víctima [Lincoln] y su asesino [Booth] tuvo un extraño precedente familiar en el que, de nuevo, el azar resultó determinante. El incidente ocurrió en una fecha indeterminada entre finales de 1863 y comienzos de 1864, cuando el hijo mayor de Abraham –el abogado Robert Todd Lincoln (1843-1926)– esperaba el tren en la estación de Jersey City. Los pasajeros comenzaron a subir al andén para comprar los billetes al revisor cuando vieron llegar a la locomotora, la muchedumbre fue en aumento y se agolpó de tal forma que acabó empujando al jurista contra el hueco que dejaban libre los vagones, aún en marcha, y las vías, sin poder evitar la caída porque el cuello de su abrigo se había quedado enganchado en algún saliente y el tren continuaba en movimiento. Si pudo salvar su vida en aquel instante fue gracias a la oportuna intervención de otro viajero al que Robert identificó en cuanto le ayudó a incorporarse porque se trataba de un popular actor de teatro llamado Edwin Booth, célebre por sus interpretaciones de los personajes de Shakespeare, y –aunque por aquel entonces todavía no había ocurrido– por ser el hermano mayor de John Wilkes, el asesino que meses más tarde mataría al presidente. Esta anécdota la narró el propio hijo de Lincoln al editor de la Century Magazine en el ejemplar nº 77, publicado en abril de 1909 [SCHOCH, R. Great Shakespeareans. Nueva York: Continuum Books, 2011].

Sin embargo, las casualidades no acabaron ahí: a partir de aquel suceso, Robert desempeñó diversos cargos políticos –entre otros, fue “Ministro de Defensa” (Secretary of War) y representante de su Gobierno en Londres– por lo que siempre estuvo muy vinculado con los poderes de Washington… y con los dos siguientes magnicidios. Él era uno de los acompañantes que paseaba con el republicano James Abram Garfield, cuando el abogado Charles Julius Guiteau le disparó dos balas el 2 de julio de 1881, acabando con la vida del vigésimo presidente estadounidense; y lo que resultó más significativo: también se encontraba en el Temple of Music de la Exposición Panamericana de Búfalo, la tarde del 6 de septiembre de 1901, durante la visita institucional de William McKinley cuando éste se convirtió en el tercer Jefe de Estado asesinado de los EE.UU.–tras Lincoln y Garfield– al recibir en el abdomen una de las dos balas que el anarquista de origen polaco Leon Czolgosz le disparó con su revólver.

Desde entonces y hasta su muerte, Robert evitó acudir a cualquier acto en el que pudiera coincidir con un presidente de los Estados Unidos; por si acaso.

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