viernes, 28 de abril de 2023

Algunos ejemplos de novelas lombrosianas

Como recuerda el profesor mexicano Rodríguez Manzanera: (…) En 1871 un acontecimiento viene a producir un cambio radical en la vida de Lombroso y, de hecho, en la historia de la ciencia: estando observando el cráneo de un delincuente famoso (Villella), observó una serie de anomalías que le hacen pensar que el criminal lo es por ciertas deformidades craneales, y por su similitud con ciertas especies animales. (…) Al encontrar, en el mencionado cráneo, algunas características atávicas, surge un chispazo del que nace la teoría del criminal nato. Las anormalidades fundamentales que observó fueron varias deformaciones del verme y una foseta occipital media (…), y piensa que se trata de un caso en el cual la evolución natural se detuvo, es decir, que el sujeto no evolucionó, que se quedó en una etapa anterior del desarrollo humano. Sus ideas se ven reforzadas al encontrar un nuevo caso, el de un criminal llamado Verzeni, el cual había asesinado a varias mujeres, descuartizándolas, bebiendo su sangre, y llevándose pedazos de carne. Así, parte de la idea de que el criminal nato es un sujeto que no evolucionó (teoría atávica) [1].

En ese mismo sentido pero con su habitual fina ironía, el magistrado argentino Raúl Zaffaroni añade que: (…) en 1876, Lombroso dio a luz la primera edición de “L’uomo delincuente”, en la que afirmaba que por los caracteres físicos se podía reconocer al “criminal nato” como una especie particular del género humano (…). ¿Cómo explicaba al “criminal nato”? Por su semejanza con el salvaje colonizado, aduciendo que las razas salvajes eran menos evolucionadas que la raza blanca europea (…). El “criminal nato” era producto accidental de una interrupción de este proceso, que hacía que en medio de la raza superior europea naciese un sujeto diferente y semejante al colonizado. (…) Al igual que los salvajes, no tenían moral, pudor y, además, eran hiposensibles al dolor (para que lo sientan había que darles más fuerte), lo que se verificaba porque se tatuaban. Me imagino el terror de Lombroso en una playa actual, rodeado de criminales natos. (…) En ediciones posteriores la obra de Lombroso se acompaña con un volumen o “Atlas” con fotografías y dibujos de delincuentes, todos presos o muertos, por su puesto. Basta mirar esa enorme colección de caras feas para convencerse de que esos sujetos no podían andar mucho tiempo sueltos por una ciudad europea sin que la policía los prendiese, pues parecían todos salidos de los dibujos de “malvados” de los folletines de costumbres [2].

Con esa base, Daniel Docampo contextualiza que: La irrupción en el panorama científico de la Escuela positiva italiana, con Cesare Lombroso a la cabeza acompañado por el criminalista Enrico Ferri y el jurista Raffaele Garofalo, supuso una gran revolución al dar forma a una nueva disciplina, la Antropología Criminal, sobre todo, tras las publicación por parte de Lombroso de “L’uomo delinquente” en 1876 que se fue enriqueciendo en sucesivas ediciones (1878, 1884, 1889 en dos volúmenes y 1896-97 en tres). En primer lugar –aprovechando estudios precedentes de alienistas, frenólogos, naturalistas y otras autoridades médicas–, esta escuela trató de deducir de forma experimental el tipo criminal que fue especificado a partir del análisis comparativo de las –así consideradas– anomalías o estigmas en los rasgos biológicos, psicológicos y antropométricos de multitud de individuos [3].


La prolífica obra de Cesare Lombroso [Verona, 1835-Turín, 1909] y la extraordinaria difusión que alcanzaron los postulados del positivismo criminológico en toda Europa convirtieron al delincuente nato en el prototipo de la clase de linajes antisociales que convenía identificar, aislar o incluso eliminar [4]; y fueron calando incluso en ámbitos tan ajenos al mundo doctrinal como el universo de la literatura; en especial, desde que Émile Zola (París, 1840-1902) publicó La bestia humana en 1890 y, por primera vez, llevó al Arte la figura patológica del delincuente nato, en palabras del propio Ferri [5].

Zola –como señala el profesor Docampo– había dado a la estampa La bestia humana (1890) después de estudiar L’uomo delinquente y L’uomo di genio (también de Lombroso) (…) protagonizada por el asesino nato Jacques Lantier aquejado de una continua pulsión homicida hacia las mujeres y que acaba por asesinar a Séverine, su amante. El mismo Lombroso consagró a la novela el artículo “La bête humaine secondo l’Antropologia Criminale” en Fanfulla della Domenica el 15 de junio de 1890 [3].

Es decir, la opinión de los criminólogos y la obra de los escritores logró una peculiar simbiosis donde ambas partes se retroalimentaban y, por ejemplo, Honoré Balzac, Eugéne Sue, d'Annunzio o Emile Zola, entre otros, fueron repetidamente citados por los médicos de la escuela positivista italiana en un intento de encontrar en sus obras argumentos en los que apoyar sus teorías. Scipio Sighele escribe a este respecto en su “Literatura trágica”: (…) Lejanos y olvidados están ya los tipos heroicos o sencillamente bellos y rebosantes de salud y moral que en un tiempo sugestionaban al público de los teatros y pasmaban de admiración a los lectores de novelas (…) [6].


Tras la estela del célebre autor del J´Accuse, en España también se escribieron algunas novelas lombrosianas; veamos algunos ejemplos:

  • Emilia Pardo Bazán [La Coruña, 1851 - Madrid, 1921] publicó La piedra angular –una metáfora del patíbulo– en 1891, donde encontramos las tendencias positivas del científico al describir a uno de sus protagonistas como franco admirador de los médicos modernos que aplican atrevidamente á los problemas del orden moral el método positivo y analítico de la ciencia presente. Como de esto se escribe mucho en el día, y Moragas lo hacía venir todo de París en grandes remesas, sus orgías de lectura tenían el retiro de la Erbeda por testigo y cómplice (…); un hombre de ciencia (…) que en los asuntos de su profesión esté habituado á aplicar plenamente el método experimental y positivo; mientras que el criminal obedece al sentimiento; pero al sentimiento malo, inconfesable, indigno, del rencor, el miedo y la venganza. (…) así como todavía viven entre nosotros ejemplares de humanidad primitiva [7].
  • Armando Palacio Valdés [Laviana (Asturias), 1853 - Madrid, 1938] es el autor de El origen del pensamiento (1893) que incluye algunos pasajes plenamente lombrosianos: (…) Llegaron por fin al manicomio. Carlota y Presentación se quedaron a la puerta, haciendo esfuerzos desesperados para ocultar su emoción. Los tres hombres subieron con el fisiólogo con pretexto de examinar también el curioso caso de atavismo. Recibioles el director cortésmente. D. Pantaleón se dejó conducir por él a otra estancia para conferenciar secretamente acerca de las anomalías orgánicas del ser que iba a mostrarle. (…) Hoy se sabe perfectamente, examinando el cráneo y los antecedentes hereditarios de cada hombre, quién ha de ser criminal y a qué clase ha de pertenecer, esto es, si ha de ser asesino, incendiario, estafador, etc. Así es que yo creo, y me propongo publicar un folleto sosteniéndolo, que todos los hombres deben ser reconocidos al llegar a cierta edad por antropólogos competentes, y si presentan los caracteres del tipo criminal, que sean eliminados inmediatamente de la sociedad, si no por la muerte, al menos por la deportación [8].
  • De acuerdo con el análisis del profesor Luis Maristany, podríamos citar también los ejemplos de La cara de Dios (1899), de Ramón María del Valle-Inclán [Villanueva de Arosa (Pontevedra), 1866 - Santiago de Compostela (La Coruña), 1936], al expresar que el asesino es un tipo de degeneración, y tiene un tipo antropológico. Estas y otras declaraciones esparcidas a lo largo de la novela nos parecen simples tributos de Valle a la moda lombrosiana [9]; y A través de mis nervios (1903) de Fray Candil, pseudónimo de Emilio Bobadilla y Lunar [Cárdenas (Cuba), 1862 – Biarritz (Francia), 1921) donde lo vemos pasar de continuo y con total desenvoltura de los temas delictivos y criminales a los asuntos literarios o artísticos, sin que falten los motivos de mutua interacción, como si en la misma composición revuelta del libro quisiera sugerir aquella homologación tan lombrosiana de lo infrasocial con lo suprasocial [9].
  • Por último, como ya tuvimos ocasión de analizar en otra entrada de este blog, antes que todos ellos destacó la singular y polémica novela Crimen legal (1886), de Alejandro Sawa [Sevilla, 1862 - Madrid, 1909].

Citas: [1] RODRÍGUEZ MANZANERA, L. Criminología. Ciudad de México: Porrúa, 2ª ed., 1981, pp. 212 y 256. [2] ZAFFARONI, E. R. La cuestión criminal. Buenos Aires: Planeta, 2012, pp. 97 y 98. [3] DOCAMPO JORGE, D. “Una equivocada primera novela lombrosiana: el asesino nato y el asesino por herencia en Crimen legal (1886) de Alejandro Sawa”. En: Castilla. Estudios de Literatura, 2021, nº 12, pp. 419 y 423. [4] GIRÓN, Á. “Los anarquistas españoles y la Criminología de Cesare Lombroso”. En: FRENIA, 2002, vol. II-2, p. 83. [5] FERRI, E. Los delincuentes en el arte. Madrid: V. Suárez, 1899, p. 224. [6] HUERTAS GARCÍA-ALEJO, R. & PESET REIG, J. L. “Psiquiatría, crimen y literatura (1): El criminal nato en el naturalismo zoliano”. En: Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, 1986, nº 6, p. 133. [7] PARDO BAZÁN, E. La piedra angular. Madrid: Imprenta de Pérez Dubrull, 1891, pp. 101, 128 y 183. [8] PALACIO VALDÉS, A. El origen del pensamiento. Madrid: M. G. Hernández, 1893. [9] MARISTANY, L. Lombroso y España: Nuevas consideraciones. Alicante: Universidad de Alicante. Servicio de Publicaciones, 1984, pp. 374 y 379.

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