viernes, 17 de febrero de 2023

«Crimen legal», de Alejandro Sawa

Con buen criterio, como tendremos ocasión de comprobar a continuación, a finales del siglo XIX, el escritor madrileño Eduardo López Bago (1855-1931) –pionero en España del naturalismo radical que llevó al extremo los postulados de Émile Zola– llegó a decir que la lectura de esta novela dejará en el ánimo del público una impresión parecida á la que produciría una marca de fuego en la epidermis, una quemadura [1]. Crimen legal se publicó en 1886 y, según el crítico Óscar Casado, la obra más representativa de este autor revela la situación que vive la mujer en la sociedad española de finales del siglo XIX. Si bien la intención predominante de la novela despliega una crítica a la burguesía de la época y al catolicismo imperante, lo cierto es que, al mismo tiempo, se convierte en el reflejo de una sociedad donde la mujer es objeto de un trato arbitrario y marginal por razón de su sexo (…). Desde una estética naturalista, que posibilita el acercamiento a un contenido sexualmente controvertido y escabroso, la obra disecciona los aspectos más sórdidos de la realidad decimonónica, utilizando instrumentos que le son propios a su perspectiva formal: el determinismo biológico, atávico y ambiental; la animalización de los personajes; el gusto por lo feo y lo repugnante; elementos físicos y fisiológicos. (…) Alejandro Sawa romperá, junto con  otros naturalistas “radicales”, el pudor sexual que domina la narrativa realista española del siglo XIX, ilustrando de una manera detallada y precisa las relaciones sexuales que se producen en la privacidad matrimonial y extramatrimonial de los protagonistas [2].

El original argumento de esta novela de título tan significativo lo ha resumido muy bien uno de los mayores expertos en la obra del malogrado Sawa –que se pronuncia /sava/ no /sagua/– el profesor camerunés Jean-Claude Mbarga [3]: Crimen legal es la historia de un señorito que “mata” legalmente a su esposa para casarse con una prostituta amante suya. Ricardo se casa con Rafaela, quien queda encinta a los pocos meses de la boda. Los médicos advierten del peligro que correría la vida de Rafaela si tuviera que sufrir un parto –padecía distocia ósea por lo que, en aquella época, el parto resultaría mortal; había que elegir entre practicarle una cesarea para salvar el bebé a costa de la muerte materna o una embiotomía que mantendría con vida tan solo a la madre (el Código Penal de 1870 castigaba el feticidio pero, en casos como el expuesto por Sawa, primaba la autoridad médica, que podía optar por una técnica u otra) [4]– por lo que se decide sacrificar el feto. Igualmente se pone de manifiesto la imposibilidad de realizar el coito para evitar un segundo embarazo, fatal para Rafaela. Ricardo que, entretranto, se ha iniciado en el desenfreno entregándose por completo a la meretriz Noemí, decide, a fin de casarse con ella, transgredir la prohibición del médico acostándose con Rafaela, cumpliendo, por decirlo así, con su deber de marido. Tras este acto premeditado, Rafaela queda embarazada por segunda vez y muere en el transcurso de la operación a que fue sometida para extirparle el feto. Ricardo se casa dos meses después con Noemí. De ahí el título de la novela.


Asimismo, Mbarga [3] considera que nos encontramos ante un argumento que da cuenta a una buena aplicación del cientificismo positivista, a través de la medicalización de la novela con una fuerte presencia de lo fisiológico –de hecho, según el profesor Docampo, para vertebrar este pasaje desde los postulados científico-naturalistas, Sawa toma como base el Tratado teórico y práctico del Arte Obstetricia (1852) de Paulin Cazeaux y, en menor medida, el Tratado de Medicina y Cirugía Legal (1846) de Pedro Mata [4]– y nos brinda una serie de claves (núcleos semánticos) entre los que destacan: la problemática religiosa (uno de los puntos culminantes de la ironía anticlerical de esta obra es la ceremonia de bautizo del feto antes de que el médico de la casa de socorro lo saque a pedazos de las entrañas de Rafaela), la radiografía crítica de la sociedad (la miseria humana) y el erotismo (una sexualidad material y fisiológica marcada por la lujuria, la voluptuosidad, la pasión, que más bien atestiguan la degradación de los personajes) [3]. En todo caso, no debemos perder de vista que esta obra se publicó en 1886, cuando los conocimientos de la Medicina Legal aún podían calificarse como disciplina emergente [4].

En ese contexto, según Docampo, gran parte de la doctrina focaliza el empeño de Sawa en el peso de la herencia biológica apuntando hacia una novedosa perspectiva determinista por la que Ricardo representaría la figura del criminal nato trazado según las observaciones del médico italiano Cesare Lombroso, figura clave en la Antropología Criminal a partir de la publicación de “L’uomo delinquente” (1876), y que la crítica ha asumido como cierta [5]; lo que ocurre, por ejemplo, con el mencionado profesor Mbarga que, retomando los estudios del profesor Gilbert Paolini [6], explica la actuación del personaje de Ricardo valiéndose de las teorías de antropología criminal de Cesare Lombroso y Enrico Ferri que le permiten demostrar que Ricardo es un criminal nato, un “asesino por herencia patológica” [3].

Para Docampo, (…) la tesis de Paolini significó un hito para Crimen legal al ser considerada como la primera novela protagonizada por un delincuente proyectado según las teorías lombrosianas, adelantándose varios años a La bestia humana (1890) de Émile Zola donde, en palabras de Enrico Ferri, se “llevó por primera vez al Arte la figura patológica del delincuente nato” [5]; sin embargo, él defiende que el retrato del protagonista, Ricardo, definido como un “asesino por herencia” y su conducta, nada tienen que ver con la Escuela positiva, ciñéndose a una animalización feroz y enfermiza propia del naturalismo y a un comportamiento que no revela vínculos con el criminal nato. Asimismo, el atavismo del que es presa hereditaria y que le impele al homicidio proviene de estudios anteriores a Lombroso [5].

Auguste Baud-Bovy | Retrato Alejandro Sawa (1892)

Más allá de esta controversia doctrinal, conviene terminar esta entrada con un breve apunte biográfico como homenaje a este escritor y periodista español que llegó a ser más conocido por su alter ego del derrotado personaje de Max Estrella en Luces de bohemia, la obra teatral de Ramón María del Valle-Inclán (1866-1936), que por su propia obra literaria.

Siguiendo el estudio publicado por Pura Fernández, en el Diccionario Biográfico electrónico (DB~e) de la Real Academia de la Historia (*), Alejandro Sawa Martínez [Sevilla, 15 de marzo de 1862 - Madrid, 3 de marzo de 1909] era hijo de un comerciante griego afincado en España, Sawa estudió en el seminario de Málaga; en esta ciudad publicó el folleto apologético El Pontificado y Pío IX (1878) y colaboró en el periódico El Mediodía. Tras su paso por la Facultad de Derecho de Granada, llegó a Madrid hacia 1879. Colaboró en El Globo, La Política, El Progreso –donde aparecieron sus primeros cuentos conocidos– y El Resumen, entre otras publicaciones periódicas, y editó su primera novela “La mujer de todo el mundo” (1885), roman à clé destinado a denunciar la corrupción moral y política de la reciente Historia española a través de la escandalosa vida de la duquesa de la Torre, Antonia Domínguez, esposa del general Serrano. (…) En torno a 1890, Sawa se trasladó a París, donde conoció a la que fue su mujer, la francesa Jeanne Poirier (nacida en 1876), madre de su única hija, Hélène. En la capital gala trabajó como periodista y como redactor de la editorial Garnier. Durante seis años, frecuentó la bohemia parisina, donde llegó a ser personaje destacado y enlace vital para los artistas hispanoamericanos recién llegados. A su regreso a Madrid, como corresponsal de diarios galos, abjuró de su militancia naturalista y se convirtió en apóstol del simbolismo y de los nuevos aires poéticos franceses. (…) En sus últimos años, marcados por la miseria y la ceguera, publicó la romántica “Historia de una reina” (1907) y escribió el dietario “Iluminaciones en la sombra”, editado póstumamente en 1910.

Citas: [1] LOPEZ BAGO, E. “Apéndice”. En: SAWA, A. Crimen legal. Madrid: Biblioteca del Renacimiento Literario, 1886, p. 253. [2] CASADO DÍAZ, Ó. “Mujer y sexualidad multifuncional en Crimen legal de Alejandro Sawa”. En: Castilla. Estudios de Literatura, 2010, nº 1, pp. 244 y 245. [3] MBARGA, J.-C. “Introducción”. En: SAWA, A. Crimen legal. Madrid: Ediciones libertarias, 1999, pp. 27, 33, 34, 35 y 37. [4] DOCAMPO JORGE, D. “Las fuentes médicas y científicas en Crimen legal (1886) de Alejandro Sawa”. En: AnMal Electrónica, 2018, nº 45, pp. 51, 53, 55 y 83. [5] DOCAMPO JORGE, D. “Una equivocada primera novela lombrosiana: el asesino nato y el asesino por herencia en Crimen legal (1886) de Alejandro Sawa”. En: Castilla. Estudios de Literatura, 2021, nº 12, pp. 419, 420 y 446. [6] PAOLINI; G. “Alejandro Sawa, Crimen legal y la antropología criminal”. En: Crítica Hispánica, 1984, nº 1, p. 49.

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