miércoles, 25 de junio de 2025

Sedes del poder (XX): la «Sala degli Orazi e Curiazi» del «Palazzo dei Conservatori» [Roma]

Si hace dos semanas hablamos del «Salon de l’Horloge» del «Quai d’Orsay» [es decir, del Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores francés] porque -entre otros instrumentos jurídicos- allí fue donde, el 18 de abril de 1951, Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo firmaron el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero [«Tratado de la CECA» o «Tratado de París»]; quedaba pendiente referirnos a la Sala de los Horacios y Curiacios [Sala degli Orazi e Curiazi] del Palacio de los Conservadores [Palazzo dei Conservatori] que, hoy en día, forma parte de los Museos Capitolinos [Musei Capitolini; el centro museístico público más antiguo del mundo] en Roma porque, donde tenían lugar las audiencias de los magistrados medievales que administraban la ciudad eterna, los seis Estados fundadores de la CECA volvieron a reunirse para suscribir tanto el Tratado constitutivo de la Comunidad Económica Europea (CEE) -actual Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE)- como el Tratado constitutivo de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM), el 25 de marzo de 1957 [los «Tratados de Roma» que entraron en vigor el 1 de enero de 1958]; e incluso el ambicioso «Tratado Constitucional» [Tratado por el que se establece una Constitución para Europa] también se firmó en este mismo lugar el 29 de octubre de 2004; aunque al año siguiente, como sabemos, fue rechazado en dos referendos celebrados en Francia (29 de mayo de 2005) y los Países Bajos (1 de junio de 2005) y, como consecuencia, no se pudo concluir su procedimiento de ratificación.


La sala toma su nombre de una conocida leyenda: (…) La historia se sitúa en los albores de Roma, cuando el rey Tulo Hostilio (673-642 a.C.), más belicoso incluso que Rómulo y convencido de que Roma envejecía por la falta de acción, buscaba por todas partes un motivo para hacer estallar de nuevo la guerra. Sin entrar en lo absurdo de la excusa –al parecer unos campesinos romanos saquearon el territorio de Alba Longa y viceversa– sucedió que el dictador Metio Fufecio de la ciudad de Alba, decide enviar emisarios para “parlamentar” con Tulo. Tras exponer los estrechos lazos de parentesco que unen las dos ciudades, Metio explica su estrategia militar, tratando de disuadirlo: “Ten presente, cuando estés a punto de dar la señal de combate, que [el poderío etrusco] no perderá de vista nuestros dos ejércitos para atacar a la vez, cuando estemos cansados y quebrantados, a vencedores y vencidos. Por eso, si contamos con el beneplácito de los dioses, (…) busquemos algún camino para decidir quién dominará sobre quién sin un grave desastre, sin que corran ríos de sangre en ambos pueblos”. (…) La propuesta es aceptada, por lo que (…) tres guerreros combatirán por cada bando [1]: tres gemelos romanos de la familia de Horacio frente a los tres gemelos albanos, iguales en edad, estatura y valor a los de sus adversarios, encabezados por su amigo Curiacio (y que, si hubiera sobrevivido, habría llegado a ser su propio cuñado, al estar prometido con su hermana, la horacia Camila).


El fresco que decora la sala narrando esta legendaria batalla entre hermanos gemelos romanos y albanos -al final, se impusieron los primeros- es obra del pintor Giuseppe Cesari (1568-1640), más conocido como el Caballero de Arpino (il Cavaliere d'Arpino) que, entre 1612 y 1613, decoró los muros de este salón del Palacio de los Conservadores.


El edificio es anterior, se levantó a mediados del siglo XV sobre los restos del Templo de Júpiter Capitolino en la cima de la monumental Plaza del Capitolio pero adquirió su actual configuración gracias a la reforma que emprendió Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) para diseñar un conjunto armónico con los vecinos Palacio Senatorial (sede del Ayuntamiento de Roma desde 1143) y el que más tarde sería el Palacio Nuevo (construido ya en el siglo XVII, simétrico a la fachada del Palacio de los Conservadores).


La colección de los Musei Capitolini incluye piezas tan emblemáticas como la colosal estatua de Constantino o la célebre loba capitolina amamantando a Rómulo y Remo; y los muros de la Sala de los Horacios y Curiacios se completan con otros frescos que, a modo de tapices, recrean célebres episodios legendarios romanos: el hallazgo de la citada loba, el culto de las Vestales instituido por Numa Pompilio o el rapto de las Sabinas.

Cita: [1] VÁSQUEZ GIBSON, P. “Los Horacios y los Curiacios. La pervivencia de una leyenda romana". En: Historias del Orbis Terrarum, 2013, nº Extra 5, pp. 21 y 22.

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