Fundido con los cañones tomados al enemigo en la guerra de África es el lema que figura en la inscripción tallada a los pies –a las patas, para ser exactos– de los leones que presiden la escalinata principal del Palacio de las Cortes, en la madrileña Carrera de San Jerónimo. Unos animales que tampoco se libran de su particular leyenda urbana.
La reina Isabel II inauguró la sede del Congreso de los Diputados el 31 de octubre de 1850. Un edificio neoclásico, al gusto de la época, que vino a cumplir lo establecido en el artículo 104 de la Constitución de Cádiz cuando señaló que las Cortes se juntarían todos los años en la capital del reino, en edificio destinado a este solo objeto. Hasta ese momento, las sesiones parlamentarias se habían venido celebrando en el antiguo convento del Espíritu Santo y, después, en el salón de baile del Teatro Real.
Para decorar el nuevo parlamento, el escultor aragonés Ponciano Ponzano talló un bajorrelieve en el pórtico –que representa a España abrazando la Constitución del Estado– y a los famosos leones de bronce de las escaleras de acceso. Dos esculturas que se realizaron en la Fundición de la Artillería de Sevilla con los cañones capturados en las batallas de Tetuán y de Wad-Ras –el Museo del Prado conserva un magnífico cuadro de Mariano Fortuny que representa esta escena bélica con gran sensación de movimiento– que sucedieron en 1860, precipitando el final de la llamada Guerra de África.
Según la leyenda urbana, Ponzano se negó, en principio, a esculpir los leones porque pensaba que tallar animales daba mala suerte pero, finalmente, accedió y, según esta suerte de “mitología popular” murió al poco tiempo en extrañas circunstancias. En realidad, los leones custodian el Congreso desde 1872 y el escultor aragonés falleció tres años más tarde.
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