lunes, 6 de diciembre de 2010

Dichos y hechos (contables)

La frase las cuentas del Gran Capitán, tan cargada de ironía, se le atribuye a Gonzalo Fernández de Córdoba, célebre militar que pasó a la Historia con el sobrenombre de El Gran Capitán. Se dice que a principios del siglo XVI, Fernando el Católico le pidió al cordobés que rindiese cuentas de los gastos que estaba ocasionando la conquista de Nápoles. El militar, molesto por lo que consideró una actitud mezquina por parte del monarca –más preocupado por el coste de la operación que por el hecho en si de haber conquistado el reino italiano– le respondió mencionando una abultada e injustificada lista de partidas que, según la tradición popular, eran las siguientes: Por picos, palas y azadones, 100.000.000 de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, 150.000 ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, 200.000.000 de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, 170.000 ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, 100.000.000 de ducados. No se puede negar que el Gran Capitán tenía un fino sentido del humor.

Desde entonces, y popularizado por una comedia de Lope de Vega, este dicho se emplea coloquialmente para referirse a quien entrega unas cuentas que resultan desorbitantes, arbitrarias y poco justificadas.

El propio término de cuenta también forma parte de muchas locuciones tan habituales como a fin de cuentas, tener cuentas con alguien, caer en la cuenta, ajustar las cuentas, en resumidas cuentas, dar a cuenta... de forma que, sin quererlo, la contabilidad también se ha colado en nuestras vidas cotidianas.

Por lo que se refiere a la expresión estar en bancarrota, procede del Renacimiento, cuando los prestamistas de Florencia y otras ciudades de Lombardía (al norte de Italia) solían hacer sus negocios poniéndose de pie sobre los bancos de madera de las plazas para llevar a cabo sus transacciones (cambios de moneda, préstamos, depósitos, comercio de metales preciosos, etc.); de ahí que también se les acabase llamando banqueros. Cuando ya no les cuadraban las cuentas, porque el negocio terminaba mal o el comerciante actuaba de forma deshonesta, las autoridades rompían el asiento del prestamista para mostar a sus clientes y al resto de los cambistas, de forma tan elocuente, que se encontraba en quiebra y que no podría solventar sus deudas; desde aquel momento se acuñó el expresivo término italiano de bancarrotta; origen etimológico de esta palabra en diversos idiomas: Banqueroute, en francés; bankruptcy, en inglés; bankrott, en alemán; bankarrot, en vasco, o bancarrota en castellano, catalán y gallego.

Por último, borrón y cuenta nueva se remonta a la época en que los monjes medievales realizaban sus trabajos a mano sobre papiros –y más tarde en pergaminos, denominados así por la ciudad de Pérgamo, de la que procedían los mejores– con tinta de sepia y pigmentos de carbón; afilando una y otra vez las plumas de oca y las cañas con las que copiaban las palabras para evitar emborronar el original. Supuestamente, cuando al final se producía el inevitable borrón, tenían que empezar de nuevo. Desde entonces, esta locución representa la idea de olvidar deudas, errores y enfados y continuar como si nunca hubiesen existido (según el propio DRAE). En sentido contrario, en Iberoamérica existe una curiosa versión, menos dada al perdón, que afirma: ni borrón ni cuenta nueva.

Junto a estas expresiones existen muchos otros dichos contables que también utilizamos habitualmente, como moneda corriente, pasar factura, venderse caro, las primeras de cambio o arrendar las ganancias, etc.

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