En 2004, la UNESCO incluyó las tumbas de trece emperadores de la dinastía Ming –cerca de Pekín– en su lista del Patrimonio de la Humanidad; valorando la armoniosa integración de esta arquitectura funeraria con la naturaleza de su entorno –siguiendo los criterios de la geomancia china, el conocido feng shui– y que los mausoleos imperiales representaban la cultura tradicional que durante cinco siglos dominó esta parte del mundo.
Uno de los elementos más singulares de este complejo fúnebre es el denominado Camino divino o Paseo de las almas; una avenida flanqueada por 12 grandes estatuas humanas –que representan a ministros, generales y funcionarios– y otras 24 de animales –leones, elefantes, camellos, caballos, etc.– talladas, cada una, en bloques únicos de piedra, en 1435. Entre estas esculturas se encuentran varias representaciones del xiezhi, el animal mitológico que simboliza la justicia en China.
Como suele ocurrir con estas criaturas de fábula, los artistas han esculpido a la bestia adoptando diversas formas imaginarias –como dragón, unicornio o perro escupefuego– pero la más tradicional es la que lo representa como una cabra que tiene la habilidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal; la virtud y el engaño.
Así es como se describe en uno de los textos jurídicos chinos más importantes, el Tang yin pi shih; una recopilación de 72 pares de procesos civiles y penales celebrados en toda China entre los años 300 a.C. y 1100 d.C. En sus páginas, esta cabra aparece cuando se acusa erróneamente a una persona en un juicio, indicando quién es el inocente con sus pezuñas –o, a veces, señalándolo con un único cuerno– y mordiendo al culpable.
Durante las dos últimas dinastías chinas –de los emperadores Ming y Ching– los funcionarios civiles del Gobierno debían llevar la insignia de este animal para ser justos y el último emperador, Pu Yi, tuvo esta estatua frente a su despacho para no olvidar que debía ser estricto y equánime a la hora de tratar los asuntos de Estado.
Más al este, en Corea, el xiezhi recibe el nombre de haechi (o haetae, según las transcripciones fonéticas) y es tan popular que en una encuesta que encargó el Ayuntamiento de Seúl se eligió a este animal legendario –el tradicional guardián amigable de la dinastía Joseon (siglos XIV a XX)– como símbolo de la capital surcoreana.
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