
En ese contexto, un día apareció el cuerpo de un campesino degollado en el límite del arrozal; alertado por los aldeanos, el funcionario encargado de esclarecer los hechos reunió a todos los vecinos y les hizo colocar en el suelo, delante de cada uno de ellos, las hoces con las que salían a trabajar. Como era verano y al mediodía el calor y la humedad eran insoportables, los insectos empezaron a revolotear sobre un apero de labranza donde las moscas se arremolinaron zumbando. El funcionario, fascinado por aquel comportamiento, se agachó a recoger la hoz y comprobó que en el filo de la cuchilla aún quedaban restos de sangre; suficiente para atraer a los insectos.
Así fue como la habilidad de aquel funcionario sirvió para detener al autor del crimen, aunque tampoco debemos olvidar que en aquella época –a mediados del siglo V a.C.– se había ordenado cocer vivos a los funcionarios que no hicieran bien su trabajo.
Esta historia –que otras versiones atribuyen al propio general Sun Tzu, autor de ese libro de cabecera que es El arte de la guerra– es el origen de la entomología forense y, podríamos decir, que uno de los antecedentes más remotos de la práctica de pruebas en un proceso penal.
En Japón también se dice que la mosca hambrienta y tenaz descubre pronto los cadáveres [SHUNSUI, T. Los cuarenta y siete ronin. La historia de los leales samurais de Akó. Barcelona: RBA, 2001, p. 13].
En Japón también se dice que la mosca hambrienta y tenaz descubre pronto los cadáveres [SHUNSUI, T. Los cuarenta y siete ronin. La historia de los leales samurais de Akó. Barcelona: RBA, 2001, p. 13].
No hay comentarios:
Publicar un comentario