jueves, 30 de enero de 2014

Palabras sueltas (1984): crimental, caracrimen y paracrimen

El periodista británico Eric Arthur Blair (1903-1950) –más conocido por su pseudónimo artístico: George Orwell; alias que eligió siendo joven, en homenaje al rey Jorge V y al nombre de un río inglés, para ocultar su actividad literaria a sus padres– publicó dos de sus novelas más conocidas poco antes de fallecer en Londres: Rebelión en la granja (1945) y 1984 (1949), ambas alcanzaron un gran éxito en aquella Europa de la postguerra por su crítica a los regímenes totalitarios. La creatividad orwelliana llegó a tal extremo que, en ese mundo ficticio de 1984 gobernado por tres grandes superpotencias –Oceanía, Eurasia y Asia Oriental– inventó que, en la primera de ellas, su idioma oficial era la neolengua y el autor no dudó en crear su propio vocabulario, como las tres palabras sueltas que veremos hoy.

El crimental (crimen mental), como lo llamaban (…) no podía ocultarse durante mucho tiempo. En ocasiones, se podía llegar a tenerlo oculto años enteros, pero antes o después lo descubrían a uno. El crimental no implica la muerte; el crimental es la muerte misma. (…) El culpable de crimental estaba completamente seguro de que lo matarían antes o después. El protagonista de 1984, el funcionario Winston había cometido el crimen esencial que contenía en sí todos los demás: escribió en su diario: ABAJO EL GRAN HERMANO; pero daba igual escribirlo o no porque, solo por el mero hecho de haberlo pensado, una noche, inevitablemente, lo detendría la Policía del Pensamiento: se despertaba uno sobresaltado porque una mano le sacudía a uno el hombro, una linterna le enfocaba los ojos y un círculo de sombríos rostros aparecía en torno al lecho. En la mayoría de los casos no había proceso alguno ni se daba cuenta oficialmente de la detención. La gente desaparecía sencillamente y siempre durante la noche. El nombre del individuo en cuestión desaparecía de los registros, se borraba de todas partes toda referencia a lo que hubiera hecho y su paso por la vida quedaba totalmente anulado como si jamás hubiera existido. Para esto se empleaba la palabra vaporizado.

En segundo lugar, llevar en el rostro una expresión impropia (por ejemplo, parecer incrédulo cuando se anunciaba una victoria) constituía un acto punible. Incluso había una palabra para esto en neolengua: caracrimen. Y, por último, el paracrimen: significa la facultad de parar, de cortar en seco, de un modo casi instintivo, todo pensamiento peligroso que pretenda salir a la superficie. Incluye esta facultad la de no percibir las analogías, de no darse cuenta de los errores de lógica, de no comprender los razonamientos más sencillos si son contrarios a los principios del INGSOC de sentirse fastidiado e incluso asqueado por todo pensamiento orientado en una dirección herética. Paracrimen equivale, pues, a estupidez protectora.

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