miércoles, 7 de agosto de 2024

Reflexiones sobre la «diplomacia animal»

La arqueóloga británica Dominique Collon analizó el obelisco negro del rey asirio Salmanasar III (858-824 a. C.) -un monolito de piedra caliza de casi dos metros de altura erigido en torno al año 827 a.C. y hallado por su colega sir Austen Henry Layard en Nimrud (antigua Asiria; actual Irak) en 1846 y que, hoy en día, se conserva en el British Museum de Londres- para estudiar cómo se representaba la iconografía animal en las obras de arte asirio-mesopotámicas. En su opinión, cree que hace tres mil años, aquel soberano ordenó erigir ese monumento para dejar constancia de la extensión de las fronteras de su imperio mediante los tributos que le rendían los monarcas vecinos a su territorio: materias primas (madera, metales o marfiles) y animales (camellos, monos, elefantes, leones, gacelas y rinocerontes); pero -sin otros documentos escritos- a Collon le pareció aventurado afirmar si alguno de aquellos animales exóticos representados eran tan solo meros regalos que se habían intercambiado sus reyes o si también perseguían un fin diplomático [1].


Los politólogos noruegos Halvard Leira e Iver B. Neumann [2] se mostraron más determinados y añadieron al respecto que, a diferencia de entregar un regalo inanimado, obsequiar animales vivos ha formado parte de las relaciones diplomáticas desde que se conservan registros escritos y que esa práctica se enmarcaba en lo que, años más tarde, se consideró una muestra de alta política; por ejemplo citan al Califato de Bagdad que recurrió a la «diplomacia animal» para demostrar su superioridad al resto del mundo conocido ofreciéndoles bestias exóticas e incluso elefantes de guerra. De este modo han considerado que los animales -tanto los domesticados como los salvajes- acabaron convirtiéndose en obsequios preciados de las relaciones internacionales como muestra de estatus, pago de favores políticos o una muestra de buena voluntad. Y, citando un libro pionero sobre este tema escrito por el etnólogo francés Marcel Mauss [The Gift: Forms and Functions of Exchange in Archaic Societies (London: Routledge, 1925)] concluyeron afirmando que los vínculos establecidos a través de los obsequios son los que mantienen unidas a las sociedades porque crean un compromiso de reciprocidad y así ponen en marcha un círculo positivo [2].


Para el experto Jean-Claude Faucon, el ser humano concibió el mundo de los animales desde una nueva dimensión simbólica en la Edad Media cuando, voluntariamente, les dotó de un significado religioso o moral [3]; en ese contexto, por ejemplo, a finales del siglo XIII, el célebre Marco Polo ya narró en sus viajes por Asia que como sus animales suelen también ser bastante diferentes de los nuestros (…) los soberanos los enviaban en obsequio a los demás reyes, príncipes y grandes señores; a éste por cortesía, al otro para granjearse su amistad [4]. Las palabras del mercader veneciano son un claro ejemplo de que la «diplomacia animal», como ya tuvimos ocasión de señalar en el caso de la India y los elefantes, no fue una creación de las relaciones internacionales del siglo XX sino una práctica ancestral.

Y ahora, ¿cómo deben plantearse estos regalos diplomáticos hoy en día? La investigadora española Olatz Aranceta-Reboredo defiende que el estatus, el papel y la percepción de los animales no humanos en la sociedad están determinados por una construcción cultural humana [5]; esto supone -como es lógico- que, en pleno siglo XXI, resulta más evidente (…) la creciente sensibilización de la ciudadanía ante la necesidad de garantizar la protección de los animales en general y, particularmente, de los animales que viven en el entorno humano, en tanto que seres dotados de sensibilidad cuyos derechos deben protegerse [preámbulo de la Ley 7/2023, de 28 de marzo, de protección de los derechos y el bienestar de los animales] y esa nueva sensibilización por el bienestar de los animales que menciona el legislador español -impensable en otros periodos históricos- es indudable que también acabará reflejándose en esta herramienta de «soft power» para que, al final, también se tenga en cuenta la perspectiva de los animales no humanos o sus intereses [5].

Citas: [1] COLLON, D. “L'animal dans les échanges et les relations diplomatiques”. En: Topoi. Orient-Occident. 2000, p. 125. [2] LEIRA, H. & NEUMANN, I. B. “Beastly Diplomacy”, En: The Hague Journal of Diplomacy, 2017, nº 13 (1), pp. 1-23. [3] FAUCON, J. C. “La représentation de l'animal par Marco Polo”. En: Médiévales: Langue, textes, histoire, 1997, nº 32, p. 98. [4] POLO, M. Libro de las maravillas del mundo. Los Ángeles: StreetLib, 2023, pp. 23 y 32.  [5] ARANCETA-REBOREDO, O. “And What About the Animals? A Case Study Comparison Between China’s Panda Diplomacy and Australia’s Koala Diplomacy”. En: Animal Ethics Review, 2022, vol. 2, nº 1, p. 79.

PD: además de la diplomacia del panda (China), el elefante (India) o el koala (Australia); otras naciones han recurrido a sus animales más icónicos para agasajar con esos emblemas a otros líderes mundiales; por ejemplo, Suharto, presidente de Indonesia le regaló un ejemplar de dragón de Komodo llamado Naga a su homólogo de los Estados Unidos, en 1990 [George H. W. Bush lo donó al zoológico de Cincinnati donde el reptil falleció en 2007] y cuatro años antes, en 1986, el líder indonesio también había obsequiado con una pareja de estos varanos a Singapur; asimismo, Mongolia, Rusia y otras naciones de Asia Central suelen recurrir a ejemplares de caballos de la valiosa raza Akhal-Teke (Ajal teké) y los Estados del Golfo Pérsico a la cetrería de halcones peregrinos (Emiratos Árabes Unidos “exportó” 150 ejemplares de este ave a Pakistán).

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