Con un lenguaje sencillo y un buen estilo narrativo, el militar e historiador Tucídedes [Historia de la Guerra del Peloponeso. Libros III-IV. Madrid: Gredos, 1991] relató el desarrollo de este conflicto bélico que enfrentó a las grandes ciudades-estado griegas, a finales del siglo V a.C., en dos ligas antagónicas, lideradas por Esparta y Atenas. En ese contexto, durante el cuarto año de la contienda (428-427 a.C.), el puerto de Mitilene, en la isla de Lesbos, envió una delegación para persuadir a los atenienses de que retirasen las naves de su costa al tiempo que despachaba embajadores a Esparta porque no confiaba en que tuvieran éxito sus negociaciones. Finalmente, los mitileneos decidieron entrar en la guerra pero abandonaron su tradicional alianza con la capital del Ática para unirse a los espartanos. Una deslealtad que fue muy mal recibida en Atenas, donde se convocó a su Asamblea Popular para que los ciudadanos decidieran a quién debían castigar: si a toda la población de la ciudad lésbica o tan solo a sus autoridades.
Tras una primera deliberación, movida por la ira, la Asamblea decidió dar muerte (…) a todos los varones mitileneos mayores de edad y reducir a la esclavitud a niños y mujeres; les reprochaban, en general, su sublevación; por ese motivo, enviaron una trirreme [un navío de guerra que se movía gracias a más de un centenar de remeros] con la orden de ejecutar inmediatamente a los mitileneos. Pero al día siguiente les sobrevino un cierto arrepentimiento, unido a la reflexión de que la resolución tomada, de aniquilar a una ciudad entera en lugar de a los culpables [el principio de responsabilidad individual que ya se citó en el Poema de Gilgamesh] era cruel y monstruosa. (…) Cleón que había hecho triunfar la anterior moción (…) trató de demostrar que esos habitantes eran culpables de injusticia y que Atenas no debía endosar la responsabilidad a los aristócratas absolviendo al pueblo porque todos colaboraron en la rebelión.
A continuación intervino Diódoto que ya se había distinguido por su oposición a condenar a muerte a los mitileneos. En su discurso, el segundo orador defendió no tomar una decisión equivocada por confiar en la pena de muerte como si fuese una garantía, y no dejar sin esperanza a los rebeldes (…) Una vez que fueron defendidas estas mociones tan bien contrapuestas entre sí, los atenienses, a pesar de todo, se encontraron en un conflicto de opiniones y quedaron casi igualados en la votación a mano alzada; pero venció la propuesta de Diódoto. Enseguida despacharon otra trirreme, a toda prisa, para no encontrar la ciudad ya destruida si llegaba primero la que había zarpado antes; y ésta llevaba aproximadamente un día y una noche de ventaja (…) la nave primera navegaba sin prisas hacia una misión desagradable, mientras que la segunda se apresuraba (…) aquélla llegó con la anticipación suficiente para que Paques [el comandante del ejército] pudiera leer el decreto y se dispusiera a ejecutar lo decidido, pero la segunda atracó a continuación de la otra e impidió la matanza.
Aunque Atenas terminó perdiendo la guerra –y aquella derrota dio comienzo al fin de su hegemonía política– el debate que se planteó en su Asamblea Popular sobre cómo castigar la defección de Mitilene pasó a la Historia por la participación y responsabilidad de todos sus ciudadanos a la hora de adoptar una decisión de relevancia (…) hasta el punto de llegar a reconsiderar una decisión inicialmente tomada y ya en curso de ejecución [GONZÁLEZ-MENESES, M. Cómo hacer dictámenes. Ensayo sobre la formación del jurista. Madrid: Colegio Notarial de Madrid, 2007, p. 224].
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