La historia del fratricidio de Osiris es –junto a los crímenes de Abel y Remo a manos de Caín y Rómulo– una de las representaciones más conocidas de la Antigüedad sobre el eterno conflicto entre el bien y el mal. Según el relato mítico acerca del origen del mundo –cosmogonía– de la ciudad egipcia de Heliópolis, los cuatro hijos de Gueb y Nut –Osiris, Isis, Seth y Neftis– se emparejaron entre ellos pero el tercero, celoso de su hermano mayor, planeó arrebatarle el trono, lo mató y lanzó su cuerpo al Nilo donde fue encontrado por su esposa, Isis; pero mientras ella fue a buscar ayuda para enterrar los restos de su marido, Seth despedazó el cadáver en catorce trozos que repartió por todo Egipto. Las hermanas gemelas –Isis y Neftis– recorrieron el país buscando aquellos pedazos y lograron encontrar trece porque el último –el pene de Osiris– se lo había comido un pez. La viuda empleó sus artes mágicas para devolver la vida a su difunto marido reuniendo los fragmentos y sustituyendo el órgano sexual desaparecido por una réplica de barro, el tiempo necesario para quedarse embarazada de su hijo Horus que, al hacerse mayor, vengó a su padre matando a su tío Seth.
Convertido en juez supremo del mundo de los muertos, Osiris pasó entonces a representar la justicia y el orden en el más allá, juzgando a los difuntos tal y como se muestra en una de las escenas más conocidas del Libro de los Muertos en el Papiro de Hunefer; realizado en Tebas, entorno al 1275 a.C., durante la XIX Dinastía, y conservado en la actualidad en el British Museum de Londres.
En presencia de Osiris –que aparece sentado en su trono, a la derecha de la imagen, con su habitual representación del cetro y el flagelo, para dictar sentencia y hacer ejecutar lo juzgado– se ve llegar a Anubis, por la izquierda, acompañado del difunto escriba Hunefer. Frente a ellos se dispone la balanza donde se va a pesar el corazón del fallecido –los egipcios creían que este órgano conservaba todas las acciones, buenas y malas, de cada individuo– mientras en el otro platillo, Maat ha depositado una pluma, como símbolo de la verdad, ante el dios Thot, con cabeza de ibis, que anota el resultado del fiel, bajo la atenta mirada del Ammit, el devorador de los corazones culpables (con cabeza de cocodrilo, la mitad delantera de un león y la parte trasera de un hipopótamo). Si el corazón y la pluma pesaban lo mismo, Horus –representado por el mítico halcón– acompañaría al escriba fallecido ante Osiris, como sucede en este papiro, que le aguarda en el dosel junto a su esposa Isis y su hermana Neftis; pero si la balanza no se equilibraba, el Ammit se comería el corazón del fallecido, condenándole a la no existencia, fuera del paraíso.
Siglos más tarde, en la iconografía cristiana que representa el juicio final, también se recurrió a la imagen de pesar las almas [psicostasis], con las buenas y malas acciones del fallecido, para lograr su salvación o la condena eterna; en este caso, generalmente, ante el arcángel san Miguel. Como señala el Libro de Job [31,6]: Que Dios me pese en una balanza justa y reconocerá mi integridad; y, en sentido contrario, un pasaje de Daniel [5, 27]: Tequel: tú has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario