El 23 de enero de 1845, el congreso estadounidense aprobó una brevísima ley –apenas un párrafo con once líneas– denominada An Act to establish a uniform time for holding elections for electors of President and Vice President in all the States of the Union con el siguiente texto: Be it enacted by the Senate and House of Representatives of the United States of America in Congress assembled, that the electors of President and Vice President shall be appointed in each State on the Tuesday next after the first Monday in the month of November of the year in which they are to be appointed: Provided, That each State may by law provide for the filling of any vacancy or vacancies which may occur in its college of electors when such college meets to give its electoral vote: And provided, also, when any State shall have held an election for the purpose of choosing electors, and shall fail to make a choice on the day aforesaid, then the electors may be appointed on a subsequent day in such manner as the State shall by law provide. Básicamente, vino a establecer que las elecciones presidenciales se celebrarían el primer martes posterior al primer lunes del mes de noviembre correspondiente al año en que tuviera que convocarse a los ciudadanos a las urnas y, por mera tradición, se ha mantenido así desde entonces, hace 171 años.
Contextualizando aquella norma, a mediados del siglo XIX, la sociedad estadounidense era eminentemente campesina y, por ese motivo, se eligió noviembre porque para entonces ya se había terminado con las labores de la cosecha. Una vez seleccionado el mes, se pensó que los votantes deberían emplear dos días para desplazarse desde sus granjas hasta el colegio electoral y regresar –en una época en la que el medio de transporte más habitual era el caballo o el carromato tirado por estos animales– lo que descartaba el fin de semana porque los sábados aún eran jornada laboral y los domingos día de descanso para cumplir con sus obligaciones religiosas; si eliminábamos los miércoles por ser el tradicional día de mercado, los congresistas acabaron decantándose porque se celebrara un martes, pero no el primero de noviembre, que podría recaer en la festividad de Todos los Santos; de ahí que, finalmente, se estableciera el primer martes posterior al primer lunes del mes de noviembre, común para todos los Estados de la Unión [que, en 1845, sólo eran 26, en lugar de los 50 actuales).
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