Cuando la fiebre del oro sedujo a miles de buscadores de fortuna hacia California (EE.UU.), la escasez de mano de obra cualificada comenzó a ser un problema para los armadores de buques norteamericanos y, a mediados del siglo XIX, cada vez resultaba más difícil encontrar marineros que estuvieran dispuestos a enrolarse como tripulación en los barcos que cubrían las rutas por el Océano Pacífico; por ese motivo, a partir de 1850, empezó a extenderse una práctica delictiva de trata de seres humanos, en especial en Portland (Oregón, EE.UU.) que, simplemente, consistía en emborrachar a hombres jóvenes, sanos y fuertes en las tabernas del puerto para secuestrarlos y que despertaran de la resaca dentro del navío, en alta mar, donde sólo podían asumir su terrible torpeza y trabajar durante el resto de la travesía hasta Shanghái (China) –de ahí que a esta práctica se la denominara shanghaiing– o lanzarse por la borda a una muerte casi segura, arriesgándose a sobrevivir y, paradójicamente, ser acusados de abandonar su puesto. Con el tiempo, las técnicas de los contrabandistas se fueron perfeccionando y acabó construyéndose una extensa red de túneles que comunicaba los bajos de numerosos locales de la ciudad –en el subsuelo del actual barrio de Old Town-Chinatown– mediante trampillas que conducían a las celdas donde los pobres incautos dormían la borrachera hasta que los embarcaban a la fuerza. Estas pésimas condiciones de vida perduraron hasta 1915, cuando el 4 de marzo se aprobó la llamada Ley de los Marineros (Seamen´s Act) que mejoró notablemente los derechos de este colectivo.
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