En los primeros siglos de nuestra era, la India comenzó a ejercer una notable influencia en el archipiélago de Indonesia por dos vías principales: a través de comerciantes que viajaron (…) y llevaron testimonios religiosos, y a través de brahamanes que habían sido invitados por príncipes indonesios para bendecir sus templos y demostrar así su poder [FAHR-BECKER, G. Arte asiático. Colonia: Könemann, 2000, p. 305]. De este modo, la cultura hindú se fue integrando gradualmente en el entorno de aquellas islas y, a partir del siglo IV, algunos monarcas de origen indio establecieron sus primeros reinos en Java, como los de Taruma. Kalinga o Srivijaya que, lógicamente, implantaron sus creencias –hinduismo y budismo (el impresionante Templo de Borobudur es una buena muestra)– y su propio sistema jurídico, procedente del ancestral Código de Manú [o Manava Darma Sastra] del siglo XIII a.C. al que ya hemos tenido ocasión de referirnos en anteriores in albis. Nueve siglos más tarde, cuando el Islam llegó a Indonesia y acabó convirtiéndose en la religión mayoritaria del pueblo javanés, los códigos legales que habían regido en la isla hasta ese momento tuvieron que adaptarse a las enseñanzas musulmanas y, como consecuencia, en el siglo XIV, el antiguo ordenamiento de origen hindú se transformó en un nuevo código, el Kutara Manawa Sastra, compuesto por 275 artículos agrupados en 10 capítulos donde se establecía la normativa vigente sobre diversos aspectos de la vida: compraventas, hipotecas, dotes, esclavitud, multas, coacciones, etc.
Aquella legislación reconoció ciertos derechos a las mujeres que fueran abandonadas por sus esposos, en determinadas circunstancias; por ejemplo, si el marido se iba a buscar una nueva esposa, la anterior debía esperarle durante tres años a menos que dejara de entregarle dinero para su manutención, en cuyo caso, se le permitía buscar otro hombre para casarse con él; y, en cuanto a los niños, se estableció que a los menores de 10 años que no distinguieran aún entre el bien y el mal, no se les podría castigar por haber cometido algún hecho delictivo.
Este código fue una de las disposiciones más antiguas que tipificó el intrusismo profesional al castigar con severas multas a los falsos médicos que, por culpa de su falta de conocimientos, perdieran a sus pacientes; asimismo, la compensación mediante una indemnización también se aplicaba a quien hubiera infringido lesiones a otra persona –en este caso, el agresor debía hacerse cargo del tratamiento del ofendido y pagar una multa al soberano– e incluso a los condenados a muerte, que tenían la posibilidad de salvar sus vidas pagando un rescate, y a las prisioneras de guerra (sólo las mujeres porque los hombres eran ajusticiados pasándolos por las armas).
En castellano, uno de los escasos libros que mencionan el Kutara Manawa Sastra es la excelente antología que recopiló Jeanne Hersch para la UNESCO: El derecho de ser hombre [Madrid: Tecnos, 1973].
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