Al pasar por la casa de un hombre rico, un mendigo que se acercó a oler lo que estaban preparando en la cocina, fue descubierto por el dueño de la casona que, sin mediar palabra, lo llevó ante el juez de su localidad y lo denunció por oler su comida. El caso era bastante insólito pero aquel juez tenía fama de justo así que escuchó lo que las partes tenían que decir y dictó su mejor sentencia: condenó al mendigo a depositar sobre el estrado una moneda de oro. Todo lo que tenía. El rico, satisfecho, escuchaba el tintineo de la moneda en la madera cuando el juez añadió: Si he condenado a este hombre por oler tu estofado, tú te conformarás con escuchar la indemnización; y le devolvió su moneda al pobre. Esta curiosa anécdota ocurrió a finales del siglo XIII en Tréguier, una pequeña ciudad de Bretaña, en la actual Francia, que por aquel entonces era un ducado independiente al margen de las continuas luchas entre sus vecinos ingleses y franceses.
En cuanto al juez, se llamaba Yves de Hélori y había nacido el 17 de octubre de 1253 en Kermatin, una aldea cercana al lugar donde años más tarde ejercería la magistratura. Con tan sólo 14 años, sus padres lo enviaron a estudiar a la nueva Institución de Enseñanza Superior de París, fundada por Robert de Sorbon en 1257 (y que, en su honor, era conocida como La Sorbona).
El maître Yves concluyó sus estudios jurídicos en la otra gran universidad francesa de la época, Orleáns, de donde regresó a su tierra para ejercer como juez eclesiástico en Rennes, la capital bretona. Años más tarde, el juez, que ya profesaba la orden de san Francisco de Asís, se trasladó a las proximidades de Tréguier, donde compaginó la magistratura con sus labores de presbítero, ganándose el sobrenombre de abogado de los pobres por defenderlos de forma gratuita. Renunció a su cargo de oficial y se dedicó exclusivamente a defender a los pobres y a predicar el Evangelio hasta su muerte el 19 de mayo de 1303 en Louannec. Tras un larguísimo proceso de canonización y en plena guerra de los cien años, Clemente VI lo canonizó el 19 de mayo de 1347 en Aviñón.
Actualmente, san Ivo es el patrón de los juristas de media Europa, Canadá y Estados Unidos. En España –con la excepción del Colegio de Abogados de Zaragoza (el único que además de ser Ilustre, es Real)– nuestra abogacía prefirió a un santo de la tierra, san Raimundo de Peñafort, festejándolo cada 7 de enero.
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