Suele decirse que el constitucionalismo nació a finales del siglo XVIII en Estados Unidos y Francia –como oposición al Antiguo Régimen– pero, en realidad, los franceses copiaron la idea a los norteamericanos y éstos, a su vez, tomaron buena nota de las tradiciones de su antigua metrópoli; de forma que se podría afirmar que el origen del constitucionalismo se encuentra en Inglaterra. Un país que, curiosamente, no tiene Constitución escrita, tal y como nosotros la entendemos –es uno de los pocos casos del mundo, como ya vimos, junto a Israel, Omán o Nueva Zelanda– en su lugar, existe un Derecho Constitucional formado por diversos textos históricos: estatutos, resoluciones y principios.
Hablando con propiedad, la antigua Carta Magna de las libertades de Inglaterra concedida por el rey Juan sin Tierra, en 1215 –en tiempos del mítico Robin Hood– no fue una Constitución en sentido estricto, como hoy la entenderíamos, pero el proceso que se inició con aquella norma –por el que el rey transfería su poder a otros titulares– se convirtió en la primera vez que se limitaba la autoridad real, concediendo derechos a la Iglesia y a los señores feudales y sentando las bases para el régimen político británico. Posteriormente, aprobaron la Habeas Corpus Amendment Act (“Enmienda del Hábeas Corpus”) de 1679, estableciendo el derecho del detenido a ser informado sobre la causa de su detención en el plazo de tres días desde que solicitaba el habeas corpus (en España no se previó hasta 1808); la “Declaración de Derechos” (Bill of Rights) de 1689, donde volvieron a ser pioneros al regular el derecho de petición al rey, las elecciones libres al parlamento o la prohibición de que se establecieran penas crueles, etc. y, finalmente, el Parliament Act de 1911, que fijaba los poderes de la Cámara de los Lores en relación con los que tiene la de los Comunes y reduciendo la duración del mandato parlamentario.
Al otro lado del Atlántico, el 4 de julio de 1776, las trece colonias norteamericanas firmaron su declaración de independencia de la metrópoli. A partir de ese momento –de Virginia a Georgia– cada Estado intentó coordinarse con los demás para crear una única nación pero no lo consiguieron; por ese motivo, delegados de los Estados que, con el tiempo, representarían a las trece barras de la bandera estadounidense, se reunieron en la Convención de Filadelfia de 1787 para sentar las bases a fin de formar una unión más perfecta. Para lograrlo, establecieron un Gobierno federal más fuerte y equilibrado, dividido en tres poderes –lo que se denomina sistema de checks and balances– y el 17 de septiembre de 1787 redactaron una Constitución de tan solo siete artículos, la primera que se escribió en todo el mundo como Ley Fundamental de un país.
Aquel texto –cuyo preámbulo comienza con el famoso “Nosotros, el pueblo” (We, the People)– se modificó el 15 de diciembre de 1791, cuando los Estados decidieron incluir en ella la “Carta de Derechos” (Bill of Rights) formada por las primeras 10 enmiendas al texto original, entre las que destacan las libertades de prensa, religiosa o la polémica de portar armas. Desde entonces, se han aprobado otras diecisiete enmiendas (amendments). Otro texto fundamental del constitucionalismo estadounidense es la Declaración de Derechos de Virginia de 1776, a la que siguieron otras normas similares en las demás colonias.
Mientras tanto, en la Europa continental, los franceses redactaron la Declaración de Derechos del Hombre de 1789 y aprobaron tres Constituciones sucesivas en 1791, 1793 y 1795. Siguiendo su ejemplo, otros países europeos como Alemania, Suecia, España, Holanda, Noruega, Polonia, Lituania o Bélgica aprobaron sus propias Constituciones a comienzos del siglo XIX y, a partir de entonces, el proceso constitucional se hizo imparable.
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