Esta pequeña república del Sudeste asiático es una próspera isla que alcanzó su independencia de Gran Bretaña en 1963 y del resto de la vecina Malasia en 1965. Desde entonces, la Ciudad de los Leones (Singapur, en sánscrito) ocupa un privilegiado lugar entre los países del mundo con mayor Índice de Desarrollo Humano (en los informes de la ONU de 2011, la sitúan en el puesto 26º; tres por detrás de España); pero si esta Ciudad-Estado –que guarda ciertas similitudes con Mónaco– se ha hecho famosa en todo el mundo, desde el punto de vista jurídico, ha sido por la severidad de algunas de sus normas como la conocida Smoking (Prohibition in Certain Places) Act, de 1992, que prohibió fumar en diversos locales y vehículos con multas que podían alcanzar hasta los 1.000 dólares singapurenses (al cambio, unos 630 euros); y, sobre todo, por su curiosa ley que prohibió la importación y venta de chicles.
El mismo año que se prohibió el tabaco, siendo Primer Ministro el economista Goh Chok Tong, entró en vigor la Singapore Statute Chapter 57, the Control of Manufacture Act que, desde entonces, ha sido revisada y enmendada en diversas ocasiones. En sus dos anexos, esta ley de control de productos mantiene la prohibición de importar y vender ciertos bienes, materias primas y artículos como las cervezas, las cervezas negras (stout), los cigarros, las cerillas, determinados productos de acero y los chicles. En concreto, el apartado 10 del anexo I prohíbe tanto los chicles como las gomas de mascar o cualquier otra sustancia análoga, salvo que tengan un uso medicinal, de acuerdo con la Medicines Act, de 1975, o formen parte de una receta médica o cosmética (de acuerdo con la excepción prevista en el capítulo 54 de la mencionada Ley de las Medicinas).
El importador o vendedor de chicles puede llegar a ser sancionado con una multa de hasta 50.000 dólares de Singapur (31.559 euros).
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