Alfred Hitchcock dirigió La soga [Rope] en 1948. La película –protagonizada por los actores James Stewart, John Dall y Farley Granger– narra, en una sucesión de planos secuencia que llegaron a ser muy célebres en aquella época, cómo dos destacados estudiantes universitarios celebran en su casa una fiesta con su profesor y unos amigos, después de haber escondido el cadáver de un compañero de la Facultad al que habían estrangulado por el mero placer de demostrar su superioridad intelectual, lo que les capacitaba –en su opinión– para cometer el crimen perfecto. El guión de este largometraje se basó en una obra de teatro homónima que escribió el dramaturgo inglés Patrick Hamilton, en 1929, basándose en un hecho real que conmocionó Chicago (Illinois, EE.UU.) a mediados de aquella misma década: el caso de Leopold y Loeb.
Realmente se trataba de dos brillantes jóvenes, uno de ellos estudiante de Derecho: Natham Freudenthal Leopold, conocido como “Babe” (1904-1971) y Richard Albert Loeb, “Dick” (1905-1936); que destacaban por su extraordinaria inteligencia, un amplio conocimiento de idiomas y la elevada posición social que disfrutaban gracias al patrimonio de sus notables familias pero, un buen día, decidieron experimentar que se podían cometer varios delitos y secuestraron y asesinaron a un niño de 14 años, llamado Robert Franks, “Bobby”, el 21 de mayo de 1924, para extorsionar posteriormente a sus padres reclamándoles un rescate.
El menor conocía a los criminales de haber jugado con ellos al tenis; por ese motivo, no les resultó difícil engañarlo para que subiera al coche que habían alquilado con nombre falso, enseñándole un nuevo modelo de raqueta; el muchacho entró en el automóvil y allí mismo lo mataron golpeándole en la cabeza y sofocándole la garganta con trapos. Después, rociaron su cara con ácido para tratar de dificultar la identificación del cuerpo y arrojaron el cadáver a una alcantarilla del lago Wolf, en Indiana, al tiempo que Leopold perdía sus gafas de tortuga de carey, un lujoso modelo tan exclusivo que acabó llevándole a declarar a comisaría donde los dos autores confesaron su participación en el crimen y, sin el menor remordimiento, justificaron su acción en la filosofía de Nietzsche.
En septiembre de aquel mismo año, tras doce horas de alegato por parte de su abogado, el penalista Clarence Darrow logró librarles de la pena de muerte y de su ejecución en la horca pero no impidió que se les condenase a cadena perpetua: En su recapitulación ante el tribunal, Clarence Darrow habló durante tres días enteros para salvar las vidas de Nathan Leopold y Richard Loeb. Culpables, está claro que lo eran, y tal vez del asesinato más brutal y sin sentido de los años veinte. Al argumentar que eran víctimas de su educación, Darrow no perseguía más que mitigar su responsabilidad personal y cambiar la horca por una vida en la cárcel. Ganó, como solía hacer. (...) Leopold y Loeb no eran agentes libres cuando mataron a golpes a Bobby Franks, embutiendo su cuerpo después en una alcantarilla, sólo para poner a prueba la ¡dea de que el crimen perfecto podía ser cometido por hombres de suficiente inteligencia [JAY GOULD, S. Dientes de gallina y dedos de caballo. Barcelona:Crítica, 2011, p. 50].
Finalmente, Dick murió degollado en prisión por un compañero de celda que le recriminó sus continuas agresiones sexuales; mientras que Babe acabó obteniendo la libertad condicional y se trasladó a vivir a San Juan de Puerto Rico, donde impartió clases de matemáticas en su campus universitario hasta que falleció de un infarto.
Puedes acceder a documentos de aquel proceso pulsando en el siguiente enlace.
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