Los años de la Regencia fueron de los más turbulentos y revoltosos de la historia reciente de Inglaterra [1]. Este periodo –que se extendió, a grandes rasgos, entre las últimas décadas del siglo XVIII y las primeras del XIX– se caracterizó por la agitación política y social del país (las revueltas, los disturbios y el descontento obrero coincidieron con la mala salud mental del rey Jorge III, el asesinato del primer ministro Spencer Perceval o las consecuencias de las guerras napoleónicas en el Viejo Continente) y por la transformación que supuso la revolución industrial en perjuicio de las tradicionales manufacturas de carácter artesano. En ese contexto estalló el movimiento ludista [Luddites]; un epónimo que parece derivar de un tal Ned Ludlam [Ned Ludd, Edward Ludd o Edward Ludlam], un aprendiz de tejedor de medias de Leicester que, al ser regañado, montó en cólera y rompió los telares de su maestro con un martillo [2], dando lugar al “ludismo” entendido como oposición a la industrialización y automatización; sin embargo, para el profesor Aracil el movimiento ludita no rechaza el progreso en abstracto sino la esclavitud y las condiciones impuestas por el progreso, es decir, la sobreexplotación, la disciplina fabril, las largas jornadas laborales, la pérdida del control social de la producción en suma. La lucha contra la máquina era la lucha contra la pérdida de un mundo y de una forma de trabajar, era la lucha por el ser dueño de su propio trabajo.
A falta de que el Diccionario de la RAE recoja el término “ludismo”, el historiador Guillem Mesado [4] lo define como la destrucción de máquinas y los actos violentos realizados contra propiedades de sus dueños, dentro o fuera del taller.
Aunque esta destrucción de máquinas era una forma reconocida de protesta y hay noticias de casos ya en 1710 (…) las revueltas ludistas en los condados centrales y del norte fueron notablemente destructivas (…). Hubo una ola principal y tres olas menores de ludismo. La ola mayor fue la de 1811-1812, que comenzó entre los tejedores de encaje y de medias de los condados centrales de Nottingham, Leicester y Derby y se extendió luego a los cultivadores y tejedores de algodón de Yorkshire, Cheshire y Lancashire [en Nottinghamshire, por ejemplo, se destruyeron un promedio de 200 telares al mes]. Las olas menores fueron las del invierno de 1812-1813, el verano y comienzos del otoño de 1814 y el verano y el otoño de 1816 [5].
C.L. Doughty | Trabajadores descargando sus hachas sobre las máquinas (1974) |
Para hacer frente a la situación, el Parlamento británico decidió tipificar como delito grave la destrucción de telares y castigarlo con la pena capital por ahorcamiento. El 14 de febrero de 1812 comenzó su tramitación en la Cámara de los Comunes la Frame-Breaking Act [An Act for the more exemplary Punishment of Persons destroying or injuring any Stocking or Lace Frames, or other Machines or Engines used in the Framework knitted Manufactory, or any Articles or Goods in such Frames or Machines]. A pesar del alegato que leyó el escritor Lord Byron, en contra de que se aprobara esta disposición, la ley continuó su tramitación parlamentaria en la Cámara de los Lores y fue ratificada por el soberano el 20 de marzo. El estribillo de una canción popular recordaba a la gente cuál era su castigo: you might as well be hung for death as breaking a machine [podrías ser ahorcado por romper una máquina].
En contra de los objetivos perseguidos por el gobierno de Spencer Perceval, la nueva normativa incrementó el número de ataques como el que sucedió cerca de Dewsbury, cuando el propietario de un taller repelió un ataque y mató a dos ludistas (suceso que inspiró la novela Shirley de Charlotte Brontë). El magnicidio del Premier británico agudizó la represión y los tribunales de York y de otras ciudades de las Tierras Medias [Midlands] acabaron condenando a la horca a cerca de 60 de aquellos destructores de máquinas [machines breakers].
Finalmente, la polémica ley se derogó en 1814 y aunque se volvió a implantar tres años más tarde, para entonces aquel movimiento obrero ya casi había desaparecido ante la inevitable implantación de la maquinaria en el sistema fabril británico.
Citas: [1] RUDÉ, G. La multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra. 1730-1848. Madrid: Siglo XXI, 5ª ed., 2009, p. 95. [2] DARVALL, F. O. Popular Disturbances and Public Order in Regency England. Londres: Oxford University Press, 1934, pp. 1 y 2. [3] ARACIL, R. “Trabajo y capitalismo: una relación conflictiva”. En: AA.VV. El trabajo en la historia. Salamanca, Universidad de Salamanca, 1996, p. 270. [4] GUILLEM MESADO, J. M. Los movimientos sociales en las sociedades industriales. Madrid: Eudema, 1994, p. 17. [5] RUDÉ, G. Ob. cit. pp. 96 y 97.
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