El abogado inglés Charles Dawson nunca llegó a ser juzgado por el fraude más espectacular y famoso de la ciencia en todo el siglo XX, en palabras del prestigioso divulgador estadounidense Stephen Jay Gould [1] porque, sencillamente, murió de forma prematura, de septicemia, en la pequeña localidad de Uckfield (East Sussex), el 10 de agosto de 1916, cuatro décadas antes de que se descubriera todo el engaño en 1953. Dawson había nacido cincuenta y dos años antes, el 11 de julio de 1864, en Lancashire, hijo del barrister, Hugh Dawson, que lo animó a seguir sus pasos como jurista, graduándose en Derecho en la Royal Academy de Gosport, en 1880. Durante diez años trabajó como solicitor en Hasting hasta que trasladó su bufete a Uckfield donde ejerció la abogacía hasta su fallecimiento. Como ya tuvimos ocasión de comentar en otra entrada de este blog, básicamente, un «solicitor» se encarga de organizar la línea argumental de la defensa con un grupo de colaboradores que preparan la causa mientras que el «barrister» es la cara visible que sube al estrado, encargándose de la defensa en el juicio.
Desde pequeño, Charles solía pasear buscando fósiles y, en 1908, descubrió el que sería el primer fragmento de cráneo de su «Hombre de Piltdown», después de que unos trabajadores de un pozo de grava le hablaran de un «coco» (el cráneo completo) que habían desenterrado y aplastado en aquel lugar. Dawson siguió hurgando por la zona, recolectando unas pocas piezas más del cráneo y algunos fragmentos de otros mamíferos fósiles [2]. Un año más tarde continuó con sus hallazgos en el entorno de la aldea de Piltdown (East Sussex) donde coincidió con el segundo protagonista de este engaño: el paleontólogo y jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955). Ambos cimentaron su amistad buscando restos humanos en los años previos a la I Guerra Mundial, cuando Inglaterra carecía de su propio homínido [recordemos que Francia y Alemania ya contaban con los hombres de Neandertal (descubierto en 1856), Cromañón (1869) y Heidelberg (1908)].
Dawson y Teilhard no se pusieron en contacto con el tercer nombre propio de este fraude, el afamado paleontólogo inglés Arthur Smith Woodward (1864-1944), hasta mediados de 1912, cuando le llevaron los restos al British Museum donde trabajaba como conservador. Ese mismo año encontraron los polémicos fragmentos de una mandíbula –luego se supo que pertenecían a un chimpancé– con los dientes desgastados. Todo el material del llamado Eoanthropus dawsoni se presentó ante la Sociedad Geológica de Londres y, con el mundo apunto de entrar en la Gran Guerra, las incongruencias anatómicas y las dudas iniciales dieron paso a una defensa enérgica y un entusiasmo patriótico por aquel hallazgo. El que un antepasado tan maravilloso se encontrara cerca de la capital de Inglaterra debió de ser reconfortante para los británicos [3], comenta con sarcasmo la paleoantropóloga coreana Sang-Hee Lee.
Ni Dawson ni Woodward vivieron lo suficiente para enfrentarse a la falsedad de aquellos hallazgos; pero no ocurrió lo mismo con Teilhard que seguía vivo cuando Kenneth Oakley, J. S. Weiner y W. E. le Gros Clark demostraron que los huesos de Piltdown habían sido teñidos químicamente para aparentar gran antigüedad, los dientes limados para simular desgaste humano, y que los restos de mamíferos asociados habían sido traídos de algún otro lugar, mientras que los «instrumentos» de pedernal habían sido tallados recientemente. (…) La teoría oficial fue que Dawson había actuado solo; la ciencia profesional quedó avergonzada, pero absuelta [4].
En opinión de Gould debemos replantear Piltdown (…) como una broma que fue demasiado lejos, no como un intento malicioso de engañar [5]; es probable que el abogado Dawson le contara la verdad al sacerdote Teilhard en secreto de confesión y que el incauto Woodward se creyera sin más el embuste.
Citas: [1] GOULD, S. J. Dientes de gallina y dedos de caballo. Reflexiones sobre historia natural. Barcelona: Crítica, 2011, p. 222. [2] Ob. cit., p. 223. [3] LEE, S.H. & YOON, S.Y. No seas neandertal: y otras historias sobre la evolución humana. Madrid: Debate, 2018. [4] GOULD, S. J. Ob. cit., p. 226. [5] Ob. cit., p. 247.
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